Estaba encendiendo su cigarrillo. El humo se apoderaba de los paseantes e incluso alguno giraba la cabeza prohibiendo la calada. Gente de ley, de esa que come el turrón televisivo y duerme en almohadas de anuncio a dos por una. La acera es un mundo donde él soñaba que era una farola. le daba igual estar apagado durante el día, y que los perros mearan sus raíces postizas. Ser farola y fumar eran sus dos únicos sueños. La acera le daba seguridad. La gente le obligaba a estarse quieto, como esos actores que juegan a ser estatuas vestidos de cristal o de mármol e incluso de acero. Ser farola le daba un toque. Curiosamente quería ser farola y no farol, quizá por lo sugerente de las formas, frente a una obligada rigidez. Cuando acabó de fumar cerró los ojos y miró hacia la luna. Ella sí estaba allí. Le comprendía porque, siendo farola, estaría con él todas las noches.
Un comentario sobre “Un mundo en la acera”
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Me gusta ser farola para fumar… amenazado por las gentes de ley que me miran amenazadores mientras la luna acompaña un estado de ánimo apacible. No estoy en contra de la prohibición de fumar en lugares públicos pero me parece que con la obsesión persecutoria contra quienes fuman convertidos en farolas de las aceras hay mucha ocultación de otras más graves cuestiones atentatorias contra la dignidad humana. En las aceras hay un verdadero mundo de cuestiones… y te felicito por esta magnífica forma en que lo describes.