Yo creía que las mariposas eran eternas. Que eran almas de muertos de ayer, de gente agotada, de guerreros cetrinos y valientes. Las mariposas no habitan en invierno y escapan. He visto una esta mañana. Estaba posada sobre los tiestos de la ciega del barrio, la que vende cupones y te dice los números con una maquinita. Una mariosa que abría sus alas al calorcillo de este engaño de sol que han puesto en invierno. Me he parado un rato para verla. Tan simple e inadvertida. Tan ciega como la dueña de la casa. Tan frágil como los sueños de los que duermen entre cartones. De repente la he visto caer. Han sido unos breves instantes, como si quisiera seguir viviendo sin que nadie lo supiera.