El bar estaba abierto de día y de noche. Su continuidad era el recurso de todo, el hogar acogedor de mil borrachos, de mil amigos, de conversaciones inevitables sobre la vida y la injusticia. En la barra estaba Adrián, un chaval del barrio que había cumplido los dieciocho. Llevaba el pelo teñido de rubio y un par de aros en las ortejas, como si fuera un pirata de cualquier Caribe. Servía en silencio. No miraba a los ojos. Parecía presentir la intensidad contínua del ruído del bar. Le pillé un día leyendo a escondidas. Era un libro de baudelaire, las Flores del Mal. Al verme se asustó y guardó el libro bajola barra. Abrí mi libro y le pedí una cerveza. Me la puso con cuidado, sin mirarme a los ojos, sin decirme nada. Al poco rato alguién entró borracho y comenzó a insultarle. Adrián se asustó. Era como una de esas flores de Baudelaire, sólo que no tenía esa inocenciano perdida de algunos adolescentes. Alguien se acercó al borracho y le sentó en una silla. Adrián seguía callado, como si todo el bar fuera el infirerno de sus desdichas. Vi que su libro se estaba mojando en el suelo. Lo recogí y lo sequé con unpar de servilletas. Al entregárselo, me miro. Sus ojos parecían dos espejos, claros y difusos. En su mirada no existía aquél lugar, tan sólo un libro de poemas y una circunstancia.
Un comentario sobre “Unas cervezas”
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Escribes muy bien y retratas escenas puntuales que quedan grabadas en la retina del lector. !Qué gran sensibilidad para mostrarnos a un Adrián verdaderamente humano!. La cerveza, el libro y Beaudelaire son ejes que empleas con acierto para transmitir el alma del personaje central. Un Adrián callado que transmite mucha comunicación. !Olé!.