Mi amistad ya la tenías
pues mis palabras siempre te di
pero tú buscabas algo más
que estaba dentro de mi.
Con rapidez se estrechó la relación,
y entonces sucedió que:
mi confianza te brindé,
mis besos te regalé,
mis caricias te entregué,
mis pensamientos solo a ti te dediqué,
y con mi amor te obsequié.
Y hoy me pregunto: “¿para qué?”
mientras pienso con tristeza
en la rastrera respuesta
que, tan amarga como hiel,
todo mi ser indigesta:
“para verte con esa y con esta
sin importarte para nada mi presencia”.
Y decepcionada comienzo a pensar:
“¿tan pronto salí de tu cabeza?
¡si apenas acabo de entrar
y ya me sacas sin más!”,
y “¿qué sería aquello
que de mi pretendías?,
pues de lo feo y lo bello
no ganó esto sino aquello
en nuestros absurdos días”.
Muy lamentable fué esta relación
que tan poquísimo duró,
y…¡menos mal, Dios!
porque de llamarla de algún modo,
la llamaría “craso error”.