Capítulo Tercero: De cómo Blanca y Nieves recomienzan a vivir…
Blanca y Nieves durmieron hasta el mediodía. Durante sus respectivos sueños ambas notaron circular el tiempo por sus venas. Habían recomenzado a pasar las horas por sus vidas. Ahora eran tan mortales como las demás mujeres de su natal bávara Franconia; como las demás mujeres del Hesse de Hanau; como el resto de las mujeres de Alemania; como todas las mujeres, en definitiva, del resto del mundo…
Despertaron al unísono, cuando ya el sol estaba muy elevado en el cielo de Hanau y hacía penetrar sus cálidos rayos, en medio del frío ambiental, por entre las persianas de la suite del hotel.
– Blanca…
– Sí, Nieves…
– Estoy notando sensaciones nuevas, como cuando éramos dos jovencitas en el Castillo de Wurzburg.
– Yo también, hermanita. Yo también estoy sintiendo vibraciones en el interior de mi cuerpo, como una especie de alegre juventud que en la Casa de los Siete Tíos nunca había experimentado.
– Eso quiere decir…
– ¡Que estamos, nuevamente, sintiendo los días pasar por nosotras!.
– Como si nos hubiésemos liberado de la ingravidez existente en el bosque del Spessart Rhon.
– Exacto, Nieves. Pero hay algo más que debemos tener en cuenta.
– ¿Qué es, Blanca?.
– Que nos acabamos de emancipar…
Quedaron un largo tiempo en silencio, recordando la pasada fiesta de Carnaval.
– Oye, Blanca, ¿qué te ha parecido el Carnaval de Hanau?.
– Algo que nunca olvidaré. La verdad es que, salvo el Concurso de Vals, todo lo demás fue bien distinto a los carnavales de nuestra infancia. Pero hay algo que quiero comentar contigo, Nieves.
– Tú dirás…
– Que ahora ya no dependemos de los Siete Tíos.
– Nos hemos liberado de las reprimendas de Gruñón y de los trabajos forzados.
– A eso quiero llegar…
– ¿A los trabajos forzados?.
– No. A que ahora, libres de la dependencia de los enanos, tendremos que buscar un trabajo para subsistir.
– Podemos también iniciar nuestro negocio propio.
– Buena idea. Para eso contamos con el oro del cofre.
– Yo creo que para montar un negocio carecemos de experiencia.
– La podemos obtener mediante los estudios… pero es bueno que estudiemos y nos apoyemos con un trabajo por cuenta ajena. El oro lo podemos guardar como capital para montar el negocio.
– ¿Y a dónde iremos ahora?.
– Pantagruel me contó anoche que hay unos lugares que se llaman Oficinas de Empleo y Agencias especializadas en buscar trabajos para los jóvenes.
– ¿Sabes dónde están?.
– Si. Se lo pregunté a Pantagruel. Tenemos que ir al Golden Tulip de Bad Vilden. Muy cerca de aquí. Creo que a sólo ocho kilómetros en automóvil. Allí hay agencias de este tipo.
– ¿Y cómo nos trasladamos hasta allá?.
– No te preocupes. Pantagruel y Gargantúa nos llevarán hasta allí. Lo primero que vamos a hacer es cambiar el oro por dinero y tomar una parte para poder subsistir los primeros meses aquí en Hanau. Es importante que nos comencemos a mover como ciudadanas normales y corrientes.
– Adelante, Blanca…
– Vamos a por el cofre.
– Gargantúa y Pantagruel parece que tienen experiencia en esto de las finanzas.
– Yo me he enterado que trabajan en el negocio de la Banca.
– Entonces vamos con ellos a cambiar el oro..
– Pasemos por recepción para pedir nuestro cofre.
Sonó entonces el timbre de la puerta. Salieron a abrir y eran sus jóvenes Pantagruel y Gargantúa que las invitaban a tomar algo antes de almorzar. Decidieron que era buena ocasión para hacerles saber sus planes y aceptaron.
El sol ya comenzaba a calentar y el frío se alejaba de las calles de Hanau. Ellas sentían todo esto circular aceleradamente por sus sangres veinteañeras. ¡Era la emoción de sentirse jóvenes, libres y dispuestas a vivir!.
Mientras tanto el Tío Gruñón andaba buscando por el bosque una firme rama de cerezo con las que medir, una vez encontradas, las espaldas de aquellas insolentes jovencitas que no sólo se habían atrevido a desobedecer sus órdenes sino que habían osado robarle el preciado tesoro del cofre con las monedas de oro.
– ¡Estoy seguro de que volverán arrepentidas! –clamaba ante el resto de los enanos que estaban que bufaban de ira – ¡Y entonces el castigo que las voy a infligir será inolvidable!. ¡Pasará a la historia de las leyendas del Weserberglans por traidoras, desagradecidas y ladronas!.
– ¡Tenemos que domarlas!. ¡Tenemos que domarlas! – gritaba de manera histérica Tío Mudito.
– Por supuesto que tenemos que domarlas. Y tenemos que hacerlas comprender que no podrán nunca jamás volver a rebelarse a nuestros mandamientos.
– ¡Para eso somos tíos! – dijeron todos a la vez.
Y salieron a buscar a las dos hermanas gemelas por todos los lugares del bosque. A buscarlas y a buscar el más hermoso y robusto tallo de cerezo con el que construir la Vara del Escarmiento.