Observando al cielo ví que caía en pedazos
y cada pedazo que tocaba la tierra
la hacía estremecer en un estruendo
que no daba lugar a ningún otro ruido sobre su faz.
Ya no quedaba nada de lo que era antes.
Era un infierno repentino.
Y cuanto más se derrumbaba el cielo,
más infierno era la tierra.
Y cuanto más fuego había en la tierra,
más rojo estaba el cielo.
Todo ardía y todo se derretía, toda
fuerza se volvía debilidad en aquel fuego.
Y fue tan repentino que no hubo tiempo de nada.
Todo lo que se podía hacer era suplicar
haber hecho todo a su debido tiempo
por cuanto ya no había nada por hacer.
No habían cenizas puesto que el fuego
era interminable. Y sobre aquel fuego,
volvía a nacer más fuego. Y aún más fuego
nacía sobre este último.
Y cada trozo que caía era más grande y caía
con más fuerza que el anterior. Jamás
el mundo fue azotado de tal manera y
probablemente jamás volvería a serlo.
Cada uno esperaba en su azotea con semblantes
espantados el inevitable calcinamiento que pronto
les abrazaría. Ya no había nada por hacer
sino suplicar a Aquél a quien tanto rechazaron.
Contra la propaganda barata, absurda, y simple del miedo… LIBERTAD.
si, LIBERTAD!!
Saludos:
Cuidemos nuestras mentes, porque todo apocalipsis ya está en ella. Lo peor es cuando sale, se expresa y desgaja la profunda necesidad de la coherencia y la vida. “Esa libertad”. Allá donde tú ves tu fuego y tu ira…otros vemos libertad. No es el texto, ni el contexto…sencillamente, la delicadeza y el cuidado con el que todos, aun sin darnos cuenta, sabemos danos al sabia Naturaleza.