Todo, en este mundo, tiene su propio silencio, el que determina la verdadera propiedad de cada cosa, de cada acto, de cada pensamiento… Desde el más absoluto de los vacíos hasta la música más alegre. Todo tiene su silencio.
Hay silencio en los campos, hay silencio en las playas, hay silencio en los valles, en los vuelos de las alondras, en las ciudades. Hay silencio en las palabras, en las verdades, en las mentiras, en los bailes…
El silencio está siempre presente en todas las cosas que hacemos o que pensamos hacer; en todas las cosas que hicimos, en todas las cosas qiue hacemos y en todas las cosas de un día dejamos sin hacer. Hay silencio en una conversación, en un discurso, en un coloquio, en un comentario, en un monólogo… y hay silencio también en los ojos, en la boca, en los labios, en una tormenta o en las pacíficas horas del bienestar. Hay silencio en los amores, en los desamores, en las manos que se enlazan, en las manos que se olvidan… hay silencio en los pasos que damos a veces demasiado lentos y a veces demasiado rápidos… Silenmcio hay en todas las medidas.
Los pobres viven del silencio, los ricos se rodean de silencio y en las clases medias el silencio es lo más relevante. El silencio no conoce de clases, de etnias ni de religiones; él no sabe de ideas ni de ideologías, porque simplemente es una perenne presencia. Y es entonces, cuando somos capaces de comprender la presencia del silencio cuando entendemos que, junto a todo lo que vemos, oimos y sentimos, hay un silencio que acompaña, que define, que argumenta… Y entonces es cuando podemos darnos cuenta de que al captar ese silencio en verdad encontramos la divinia concepción de nuestras existencias y las existencias de todas las cosas.