Si. Es vida. Juicio de vida. Sólo cuando el autor tiene el juicio claro y sereno. Cuando el guión es fiel exactitud, que no copia, del sentir juicioso. Si. Es vida sin baronesas de Barahona en la tahona. Es vida sólo cuando es un juicio a la existencia humana sin un gordo cordón (gordón nudo gordiano de la inconsciencia) atándonos el sentimiento. Sólo es vida cuando el autor entiende lo que es la muerte.
Sólo cuando el público entiende lo mostrado. Que las baronesas de Barahona y los gordos del Gordón -baronesas extrañas y región pantagruélica- no entienden lo que es la muerte ni por supuesto lo que es la vida. Sin mordazas sastreriles ni absurdos castillos en el aire, kafkianos por más decir, de ecuatoriales hombres K y mujeres Z dormidas en los falsos laureles de los embustes. Sin incógnitas irreconciliables -de picos puntiagudos en los cuadros y secuencias aprendidas en no sé qué inexistentes escuelas dramáticas para desviar la atención de lo plano y lo curvo, graciosa teoría del no saber- que dañan la salud mental de los espectadores. Si. Es vida. Sólo cuando autor/actor están en sintonía/simetría (sin robar derechos de autor ni de representación) y esa sintonía es también simétrica para el actor/espectador (sin ideas copiadas al aire de las plumas de los escritores)… con lo cual también autor/espectador sintonizan y así se cierra el tripartito círculo del “tú y yo somos tres” (carne/alma/espíritu). Autor con juicio es igual a actor con claridad y a espectador lúcido. Lucimiento de la vida teatral sin falsos directores que nunca aprendieron a ser honestos para decir que eran totalmente inválidos mentales y hasta analfabetos confundiendo a Orestes con Homero. Si. El teatro es vida sin pasos indelebles ni huecos y vacíos de sentido. Autor-Actor-Espectador igual a trípode de la existencia… cuando el teatro es vida coordinada y coordenada de ejes claros y juiciosos que se apartan de la mentira de lo abstracto barahonista y lo ridículo gordiano. Sin ilusos ulises joycianos ni aventureros de las damas de las camelias en centros comerciales de la posmodernidad. Si. Es vida cuando no contienen ilusas posturas antinaturales sino ilusionistas visiones sensuales que nunca se divorcian de la realidad engañando a la pareja del sentimiento. Pura naturalidad. Cuando el teatro es pura naturalidad es teatro de la vida. Lo otro, lo de los pasos alfonseriles multiespectaculares en representaciones falsificadas miles es sólo eso: simple banalismo representando lo antiético y lo antitético del teatro. Que de pasos lopescos a pasos alfonseriles hay todo un abismo. Tanto como de la ley de lo profundo y lo sincero a la farsa de lo superficial -incultura de las masas barahonistas- y a la mentira del representador de falsedades arrebatando a don Alvaro el sí de las niñas. El teatro es vida cuando es profundo en la tragedia, profundo en la comedia, profundo en el drama, profundo en el sainete… Quie lo brechtiano queda muy lejos… muy lejos de la vida. Que para círculos de tiza caucasianos ya tenemos bastante con los pizarrones de las escuelas. Dicen que la venganza es un plato que se debe servir frío pero yo creo que, en el auténtico y sincero teatro de la vida, el de los verdaderos autores/actores/espectadores, la venganza es solamente el temple de saber esperar y el señorío de saber demostrar. Cuando el teatro es vida más vale un zapateado pirandélico -con mujeres autoestimadas y no sometidas al capricho del barahonista “domador” de personajes a lo “gordón”- que el titeresco espectáculo de los felipistas de León o los cardenales de las catedrales de San Ernesto. !Que los tambores de hojalata se conviertan en gaitas!, porque para el teatro de la vida basta y sobra con las trompetas del juicio final o el corazón latente de los moribundos. Un juicio final de cualquier José, cualquier García o cualquier Hernández que saben enfrentarse a la muerte mientras huyen los galanes afeminados del gordón Troilo. Que el chester siempre es de color canela y nunca anda colgando cítaras en los árboles sino tocando zambombas de pastor. El teatro es vida cuando no es proveniente del castillo en los aires o en las arenas de las playas turbulentas de los centros más o menos comerciales, sino que nacen del castillo de las ensoñaciones. Juguemos con fuego hasta quemar a los que tanto daño han hecho al teatro de la vida y juguemos, hasta ser ardientes, contra los interes creados y los ventosos buñuelos. Y que los tontos (gilipollas se dice en español) se queden en el arrabal porque, a veces, nieva hasta en verano y la nieve hay que apartarla hacia la cuneta para ver bien claros los oteros y las monedas de oro perdidas en los ríos y los caminos. Porque, en definitiva, también los autores del teatro de la vida tienen derecho a ser oreros: buscadores de oro bajo la legalidad de los “con papeles”.