Apoyado en la barra del pub, pedí una cerveza.
Sonaban los Creedence, lo agradecí, su música era fresca como pisar descalzo el amanecer, la escarcha sobre la hierba que acompaña al viajero errante, sin rumbo…alienta, da confianza, te coge por el hombro y silba: continua amigo. Encendí un cigarrillo y se acercó la chica más hermosa que jamás viera. Aquello era un buen principio, parecía que la baraja iba a darme sus mejores cartas, si señor, la noche estaba en su lugar y creo que yo también. Sombrero blanco, cabello rubio con suaves rizos de lujuria, insinuante morbo angelical. Corpiño ceñido, enormes pechos, abundante igual que sus nalgas que intentaban desasirse del minúsculo pantalón tejano, sus piernas descubiertas eran largas y sinuosas, de seguro me llevarían por senderos tortuosos y acabarían mortificando una tranquila huída. La miraba y presentía problemas. Ya me había fijado en Estela (y cómo no, era imposible el no hacerlo) cuando montaba en el toro mecánico.
Ella era el reclamo para los clientes. Tendría algún pasado pero nunca habló de él. Sé que no era tan frívola y superficial como aparentaba, solo representaba un papel que se le daba bien y bebía con los tipos-bebía para olvidar y cuando despertaba veía que lo único que olvidaba era el tiempo que había permanecido bebida-Me dijo:¿vas a pasarte toda la vida sin unas tetas y un buen culo…cariño?. Mientras acariciaba su ostentosidad. Me cogió el cigarro, lo puso en sus labios, agarró mi brazo y salimos del local. Nos acercamos a la orilla de la playa. Las olas plateadas por la Luna, iban y venían y los Creedence se oían, su música era caliente como el cuerpo de aquella muchacha que me regaló su noche.
Desperté en la arena de la mañana con la resaca del sexo. Mis ojos y el deseo la buscaron ¿se fue con las olas? quizá un día la vería de nuevo. De éste sueño me quedó un recuerdo, tendido en la arena un sombrero blanco, suave de terciopelo, escondía pasiones que llevaría siempre conmigo.
Octubre de 1996.