El frío en su cuerpo le hacía moverse continuamente, en medio de aquella tormenta de nieve. Nadie en su sano juicio saldría en una tormenta como aquella, pero él no tenía el mismo sentido del peligro. En su juventud había visto tantos peligros que ahora era un suicida redomado. Pero sabía que, aunque quisiera, no tendría tal destino. Un fuego en lo más profundo de su alma lo mantenía cómodo en medio de la oscuridad que lo rodeaba. Susurros en su mente lo distraían, provenientes de sus dos compañeros en el viaje, aunque sólo hubiera una figura caminando. Compañeros que no tenían carne ni sangre, ni la habían tenido nunca. Mucho más viejos, y tal vez más locos. Pero ese era problema de ellos. Los tres estaban unidos entre sí, y si tenía que pasar… No. Eso sí estaba claro.
El Destino no está escrito, ni se escribe paso a paso. Pues en ese caso, quien lo designara estaría condenado a sufrir una persecución alocada de muchos seres. Algunos, para pedirle consejo, los menos. Los más, para destruirlo u obligarle a cambiar el destino para su propio provecho. En particular, la figura que caminaba por la helada montaña hubiera hecho que dejara de escribir. Aunque sabía, sonriendo desde hacía tiempo, que eso estaba hecho. Su padre había hecho los deberes. Y esos deberes eran una herencia, que a buen gusto tomó. Fuera del destino, eran esas las palabras. Para ti y los tuyos, le dijeron. Todo al que conociera, vería cambiado su destino. Para bien… O para mal. Ahora que sabes esto… ¿Te ocurrirá algo a ti también? Quién sabe… Nadie puede saberlo. Nada lo ve todo… Solamente algunos ven algunas cosas…
La luz invade la montaña, la oscuridad se repliega de nuevo. El calor ataca al hielo, este comienza a fundirse. En el pico de la montaña, una figura se mantiene altiva. Una piel oscura que ni el sol puede quitarla, un fuego en su interior que ni el más profundo de los mares podría apagar, y una vista tan hundida que nada podría rescatarla.
La figura mira hacia un punto, una ciudad en forma de diamante. En ella, en la torre más alta, varias sombras se divisan. Seis, distintos entre sí, e iguales para con la figura de la montaña.
Así son los amigos, que por muy distintos que sean, siempre serán lo mismo, lo mejor.
Un comentario sobre “Pensamientos en el frío y la oscuridad, florecientes en la luz.”
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Tu texto me recuerda a un amigo que tuve hace años y que se llamaba Agustín. Siempre filosofaba sobre el Destino que hace a las personas ser compañeras de viaje. Tu relato sobres esas compañías a través de la montaña (que supongo que es una alegoría de la propia vida) me ha llenado de recuerdos sobre tiempos en que filosofaba sobre la amistad. Me gustó tu sentido críptico recogido en tu relato. Un abrazo.