Había una vez una pequeña mota de polvo que se enamoró de una flamante estrella. La observaba día tras día. Sus movimientos suaves y poéticos, su brillo cegador, su majestuoso esplendor, su posición en el firmamento… Todo en ella le apasionaba.
Un día, la mota de polvo se cargó de valor y decidió alzarse hasta lo más alto dentro de sus posibilidades para intentar alcanzarla. Poco a poco fue creciendo, y su sonrisa le iba transformando cada vez en algo mayor, más especial. Siempre miraba al cielo para sacar fuerzas para seguir creciendo hasta que un día, se descubrió convertido en un bonito castillo de arena.
Satisfecho por su trabajo de conversión y crecimiento, la mota esperó con ansia a la noche para encontrarse de nuevo con su amada estrella, pero cuando salió, ésta no reparó en los cambios sufridos por la motita de polvo.
Tuvo momentos muy duros, desesperantes, frustrantes y dolorosos. Pero fue inteligente porque supo ver que ya fuera por su flamante estrella o por cualquier otro motivo, había sido capaz de evolucionar hasta llegar a castillo de arena por un día. Aunque siempre le quedó la amarga resignación de ver con sus propios ojos que una flamante estrella jamás podría fijarse en una insignificante mota de polvo
FIN
. La estrella no era del todo estrella (aunque lo intentaba)y se fijó en la mota de polvo porque tampoco era mota de polvo (aunque prefería pensarlo). Quiso conocerla. Entonces se dio cuenta de que esa mota de polvo podía ser una estrella si quería, pero que prefería intentarlo sólo por un día y vivir la vida soñando que era mota para adorar a una estrella.
Bonita reflexión mi querida ssshhh, pero lamento decirte que conozco muy bien a la motita y a la estrella cada día más, y cuanto más la conozco más estrella me parece. Escribí este cuento en el 2006 y créeme, esa motita se muere por ser estrella para poder estar algún día a la altura de aquella a la que tanto anhela adorar.
Nos vemos cerquita del suelo…