Nadie sabe a dónde va Marcelo cuando tiene ganas de llorar. Sólo el viejo álamo blanco donde e refugian los pardos gorriones lo sabe, porque allí, sentado junto al viejo álamo blanco, Marcelo recuerda que tendrá que volver a tumbarse contra el suelo todo lo largo que es -“que este guacho todo lo que tiene de tonto lo tiene de largo, señá Obdulia… Dios mío cuando va a endejar de crecer señá Obdulia..”- para que los fieros empleados del ferrocarril no le abran la cabeza con uno de esos guijarros de pedernal que lanzan contra él .Y todo porque los demás chicos del arrabal apedrean, todas las tardes, al tren de Arganda, cuando pasa por debajo del pequeño desmonte tras haber lanzado su penetrante silbido de “asmático sin fin” en el oscuro túnel del cercano puente donde viven y duermen el Argirmiro y su familia.
“!El tren de Arganda que pita más que anda!. !El tren de Arganda que pita más que anda!. !El tren de Arganda que pita más que anda!… y todos los chicos lanzan piedras que rebotan sobre las desportilladas maderas de las cubiertas que conforman cada vagón.
Marcelo quiere ver el tren -“Eso si que es enserio, señá Obdulia… que tan enserio ques que yo me creo que terminará por ser maquinista de la general o, por lo menos, el calderero de la máquina de vapor…me refiero a la máquina de vapor… señora mía… a esa linda máquina de vapor que yo sé mu bien que con tanto esfuerzo y tantísimo amor nos regaló su enquerido esposo,,, quen paz descanse señá Obdulia… quen paz descanse y Diosito me lo tenga en su santa gloria… cuando colocó la endustria en nuestra barriada”-.
El caso es que Marcelo quisiera ver aquel tren pero a pecho descubierto. En pie. Como lo sueña todas las noches. Pero no puede nunca levantarse del suelo porque siente miedo. Los guijarros de pedernal (que vuelan hacia arriba para contrarrestrar a los guijarros de pedernal que vuelan hacia abajo) rompieron la frente, hace apenas varias tardes, al Guti. Y a Marcelo no le gusta ver la sangre. Por eso -“y sólo por eso y no me encrea a las chismosas comadres… señá Obdulia… pues no es por otra encausa mayor”- Marcelo no puede levantarse para gritarles a los hombres del ferrocarril que no lancen más piedras.
Pero Marcelo, asustado, mira hacia los lados y desde allí, con la nariz pegada a los verdes ramajos, sólo ve niños vociferantes que lanzan brazadas de odio hacia abajo en forma de asaetamiento infernal… y lluvia de pedruscos que se desparraman por todo el erial.
Es por todas estas cosas por lo que nadie sabe, en verdad, hacia dónde va Marcelo cuaqndo tiene ganas de llorar. Únicamente el viejo álamo blanco donde se refugian los pardos gorriones es conocedor… porque es junto a él donde el tonto del arrrabal sueña con ese día en que, bajo los rayos del Sol -Marcelo no sabe bien si el Sol sale para todos en este planeta- pueda saludar, en pie y a pecho descubierto, al tren de Arganda y a los empleados del ferrocarril que lanzan guijarros de pedernal hacia arriba porquelos niños lanzan guijsrros de pedernal hacia abajo.