Lo que todos hemos sabido hoy es que un día,hace menos de una semana -precisamente en el presente mes de noviembre- los demás chicos del arrabal agarraron, entre todos, a Marcelo y, utilizando la fuerza física que otorga injustamente la mayoría irracional. comenzaron a decir que si ere marica debían de saberlo… y le bajaron los pantalones y el calzoncillo y, como tenía “pitillo”, se lo salaron con arena.
Cuando Marcelo quedó solo con su propia soledad (!Ay, Soledad, Soledad… en medio de la penumbra… por favor… por favor… alumbra!), se marchó muy lejos de allí. a un páramo donde los aires sentían soledad… a un páramo donde las tardes sentían soledad… a un páramo donde la vida sentía soledad… y vio el cadáver de un perro rodeado y semicubierto de guijarros de pedernal… sintiendo posiblemente soledad.
Marcelo se puso en pie y, a pecho descubierto, le gritó al Sol: “!!Sólo son cagadas de vaca!!. El viento enredó sus palabras en los ojos del puente cercano y las vías del ferrocarril parecieron quedar humedecidas.
Mirando el cadáver del perro lapidado, Marcelo recordó que, una vez que veraneaba en el pueblo de sus tíos maternos, había visto a un señor vasco, barbudo y con gafas, que venía dibujado en un libro de su primo Miguel. Nada sabía Marcelo de aquel hombre vasco barbudo y con gafas; solamente que su apellido era largo -como la larga cadena de los vagones del tren- y que empezaba por U de Unanimidad y que en el libro se podía leer un verso que él había aprendido de memoria y que decía asÍ: “!Dueño amoroso y fuerte, en los reveses de la ciega suerte y en los combates del amor abrigo, del albedrío dueño, del alma enferma cariñoso amigo, fiel y discreto sueño!”.
¿Entenderían los demás chicos del arrabal aquellas palabras?. Ni lo intentó jamás descubrir. Marcelo sabia muy bien que no… que los demás niños (porque era cierto que eran niños en vez de chicos como se decían a sí mismos) no entenderían nunca al hombre vasco barbudo y con gafas.
Y la mente de Marcelo (una mente latente ahora entre los guijarros de pedernal…) pensó en algo así como en una paz eterna y honda; como en una muerte blanda y total, como en un vacío, como en una nada… y pensó en la palabra “regazo” y no supo explicarse, a si mismo, por qué le llamaban tonto… por qué nunca supo de su madre… por qué nunca conoció a su padre… por qué… por qué… por qué le llamaban tonto… por qué le llamaban el tonto del arrabal.
Marcelo sabe muy bien que los demás niños del arrabal sólo dicen necedades porque sólo conocen ignorancias. Él, sin embargo, sabe muchas cosas que los demás desconocen… y por eso decidió (¿Cuándo, Dios mío… cuándo fue el día en que lo decidió y cual fue la causa?) guardar eterno silencio.