Se levantó en un día cualquiera y fue al cuarto de baño.
Ante el espejo y con las gafas puestas, se miró detalladamente, guardó las gafas, abrió el grifo y lavó su cara con jabón de olor a fresa, secándose después con la toalla. En el retrete se deshizo de los deshechos corporales más inmediatos, limpiándose después a conciencia con toallitas de bebé, después de lo cual se desnudó y entró a la ducha. Ya dentro, con la cuchilla, la espuma, las pinzas y el espejo de mano, se fue deshaciendo de todo el pelo que molestaba, exceptuando el de la cabeza y las cejas; al ver el vello resbalar por la pared pensó que era mucho mejor así. Enjabonó su cabello con el champú idóneo de aroma a kiwi y cada centímetro de su piel con jabón de sales neutras y olor a lavanda, frotando con fuerza la esponja exfoliante por todo su cuerpo y la piedra pómez decapante en las durezas de sus pies. Una vez se hubo aclarado y aún sin haberse secado ungió con aceite aromático de aloe sus extremidades, torso y nalgas.
Con la suave toalla blanca fue eliminando la humedad retenida que fue capaz. Volvió a lavar sus manos para ponerse las lentes de contacto sin que se impregnaran de aceite, cogió unos bastoncillos y los hizo girar en sus oídos tirando a la papelera todo el cerumen del que pudo desprenderse e hizo sonar con vehemencia sus fosas nasales recogiendo en un trozo de papel higiénico las mucosidades sobrantes. Con las tijeras de aseo cortó las uñas reblandecidas de sus dedos y las cutículas, cuidando que no quedara ningún trozo por el suelo, y las limó con suavidad hasta que estuvieron perfectas. Deslizó el desodorante 24h cool-care por las axilas, se puso las zapatillas de andar por casa y volvió a la habitación.
Frente al armario abierto, y ya con la ropa interior recién lavada y planchada, decidió que ropa ponerse encima. Según lo que haría durante el día, dependiendo de con quien habría de estar, si iba al trabajo, al cine o a un bar, sabía que la vestimenta debía ser de colores más o menos atrevidos, equilibrados, de corte sobrio y elegante o informal y desenfadado, desprendiendo cierta personalidad y detalles imprescindibles, con calzado cómodo de sport o zapato de paso firme e importante.
Así acabó de vestirse y preparar también la bolsa del gimnasio al que iría por la tarde durante una hora para lo cual necesitaba de ropa adecuada, productos de aseo, barrita energética y zumo con vitaminas A, C y E con cero por ciento de materia grasa.
Desayunó con tranquilidad cereales con fibra y café, mientras veía en la televisión de la cocina algunos anuncios, famosas y famosos a la moda y con botox, y un poco de lo que sucedía en el mundo. Cogió un Actimel con LK´s e Inmunitas del frigorífico para la media mañana, guardándolo en la chaqueta de primavera al pasar por el pasillo y regresó al cuarto de baño.
Repasando lo que tendría que hacer durante el día limpió sus dientes con el cepillo giratorio de micro pulsos, pasta dentífrica con flúor blanqueador y enjuague antiséptico, no se había gastado tanto dinero en el arreglo bucal para dejar que se echara a perder su sonrisa. Se peinó con estilo y perfumó su carisma con Hugo Boss.
Ya estaba, tenía todo lo necesario para salir a su vida diaria. Un último vistazo frente al espejo y un último pensamiento: “Cuán duro es ser persona hoy en día y qué pena que los genes no se puedan adecentar todavía, al menos podemos hacer que aparenten ser de los buenos.”
(En parte, somos lo que hacemos para aparentar lo que queremos ser.
La presión social siempre será culpable.)
Deslizas una crítica social muy suavemente pero con fuerza. Planteas una cuestión filosófica final, como consecuencia última del texto, que es importante: dices que en parte somos lo que hacemos para aparentar lo que queremos ser. Tiene tela el pensamiento. Para entablar un verdadero debate de conciencia. Te felicito por el texto. Está muy bien dirigida toda la trama hasta la consecuencia final. Es bueno el estilo que usas para guiarte hasta la frase conclusiva.
Al leer tu estupendo texto, he recordado un libro de Desmond Morris, “El mono desnudo”, que fue muy polémico en su día y que hacía mención a esos gestos que han pasado a convertirse en el pan nuestro de cada día. Y que ahora, si se hace caso de la publicidad, nos llevan a no estar pendientes más que del cuerpo.