Rimbaud decía: “No se representan las cosas al describirlas sino que se logran, se las hace trazar unas formas, porque el mundo está por crearse”. Hay resonancias sufistas en las metáforas que nacen de las luces del alma, meditaciones sobre heridas aún no suficientemente cerradas, fisuras por las que el yo de los voremios y las voremias respiran en el ejercicio de un saber algo más sobre sus almas. Leibniz, que fue el “último pitagórico” de los filósofos modernos, significaba a la experiencia como un conocer padeciendo, un entender sintiendo, un constante nacimiento de la consciencia aprendiendo. Eso es Vorem. Un sinfín de conocimientos internos aurorales.
Por ejemplo, la poesía vorémica toca el fuego de cada uno de nosotros y nosotras y, al mismo tiempo, ese fuego evoca una transfiguración (como ya hizo notar el escritor cubano José Lezama Lima en su “Muerte de Narciso”) en frutos que contienen credibilidad sensible porque nacen de lo hondo del corazón humano. ¿Y qué decir de las reflexiones vorémicas?. En todas ellas es interesante ver y reconocer lo que hay de corazón latente e innato, de los ojos con que cada uno de nosotros y nosotras vemos el mundo, de las fuentes donde surgen nuestras ideas elementales transformadas en ensoñaciones, de la experimentación del nacimiento espontáneo que se derrama por las ramificaciones del pensamiento. Lo mismo podemos decir de los cuentos, relatos y demás géneros literarios implicados en Vorem. Constituyen todos ellos un crecido ejercicio de latidos vitales como elementos de comunicación consensuada, interpersonal e intergrupal a la vez.
Todos los géneros del Vorem son invitaciones a una identidad homogénea y pluralista; arreglos de la conciencia humana para hacernos trascender transparentando nuestras entrañas al acercarnos los unos a los demás. El viaje vorémico es un despertar el alma e impulsarla hacia la frontera ilimitada donde la expresión personal se imbuye de alteridad (que es simplemente el estado de la cualidad de lo que es otro o distinto). Concebir lo humano que hay en cada uno de nosotros y nosotras supone sentir el esfuerzo que cada uno da de sí en la búsqueda de los otros. En esta forma de escribir todo empieza antes de empezar. En otras palabras, solamente lo real parece transmisible y, sin embargo, !cuánto de sueño hay en nuestras líquidas notaciones!.
Vorem es un nacimiento interminable; una conciencia que no queda colapsada por el panorama de nuestros diferentes mundos oníricos sino que se materializan en el saber emitir y el saber estar atentos a escuchar. No estamos solos en nuestro pensar creativo-colectivo, porque detrás de todo, aquí existe la igualación, el colocar un poco más alto y más ancho el dintel de la puerta literaturnal para poder entrar todos y todas por ella. Ese dintel por el cual el hombre y la mujer del Vorem hacen algo que pueden hacer por sí mismos. Porque son reales y naturales.
El poeta chileno Pablo Neruda decía que “escribir es la esperanza que sube del suplicio de vivir”. Y por eso lo vorémico es lo viviente y lo vital, lo que hay de diáologo del alma consigo misma y con el alma de los demás. Hay aquí algo del “nous” de Anaxágoras (“semillas como razones de ser” las llamaba el griego). Anaxágoras consideraba la inteligencia como el principio de todo universo. Podríamos pensar que empezar a iniciarse en la inteligencia es empezar a comunicarnos los unos con los otros lo que de infinito hay en nuestros pensamientos.
Todo esto, que parece difícil en un mundo cada vez más materialista y más deconstruido de sí mismo, es fácil lograrlo en un Vorem abierto a todo y a todos porque hay aquí una gran claridad de objetivos cuando releemos lo que contiene de instinto primordial, de emoción contenida, de sueño que vale la pena despertar para convertirlo en vivencia de razón humana. Un abrazo a todos y todas y vaya esta reflexión como homenaje a todos vosotros y vosotras, compañeros.