Cae la noche del 6 de julio de 2008. Estoy sentado en un tronco de madera que reposa su ancianidad en la playa de Castelnuovo. El cielo y el mar son de color azul turquesa profundo. Hay ya algunas estrellas que titilan y el ruido de las olas, al romperse, me sirven de telòn de fondo mientras que me abstraigo leyendo “Quinteto de Buenos Aires”, de Manuel Vázquez Montalbán, bajo la luz de una farola playera.
El tiempo psa. Cierro la novela. Ya es noche cerrada y ahora el cielo y el mar son de un negro profundo. Contemplo la belleza de esas moles grises que se acercan y de pronto estallan en una hilera de brotes espumosos blanquísimos. Son fiestas luminosas. Son las olas explotando continuamente bajo el ambiente negro y nocturnal.
En una cabaña cercana alguien está escuchando una música que se expande a lo largo de toda la playa. Es la canción “Nostalgia” interpretada por Dyango. Mi mente retrocede muchos años… allá por cuando yo tenía 15 de edad. Recuerdo. Nostalgia. Un primer amor que duró la corta existencia de un verano en Madrid. Nostalgia de pensar que otro a su lado pronto pronto le hablará de amor. Sonrío mientras medito en todo lo vivido en el pasado y en todo lo por vivir todavía hacia el futuro. De esto último nadie sabe nada. Del pasado recuerdo las cosas que hice, las cosas que no hice, las cosas que no volvería a hacer y las cosas que haría nuevamente un millón de veces si un millón de veces volviese a vivir…
Y regreso al presente. A mi lado cerrada está la novela de Vázquez Montalbán que estoy a punto de terminar de leer. Ha cesado la música que provenía de una cabaña cercana. Silencio total en la playa salvo el bramido que producen las olas al romperse en hileras de brotes espumosos blanquísimos. !cuánto me gustaría que estuviese sentado ahora, a mi lado, en este añoso tronco de madera, mi amigo Carlos para contarle que esta noche he cenado un sabrosísimo ceviche de camarones!. Pero es cuestión de seguir sintiendo… y hundo mis pies descalzos en una duna de fina arena de playa que algún chiquillo ha amontonado aquí. Castelnuovo. Mañana, tras almorzar, me dirigiré rumbo a Quito para retomar mis labores cotidianas. Nostalgia. Nostalgia de los quince años de edad y nostalgia del futuro todavía desconocido que me queda por vivir. Del futuro nadie sabe nada… pero mir hacia arriba, a la multitud de estrellas que tachonan el negro cielo. Y observo detenidamente la luna. Cuarto menguante. Pienso en cómo menguan los segundos mientras un ser humano se siente infinitamente pequeño en medio de una extensísima playa bajo la luz de una farola, con los pies desclazos dentro de una duna de fina arena, y con las sombras de las palmeras pronunciando siluetas alargadas sobre el piso…
El ser humano querría llevar la seguridad en el futuro por bandera. Nos quedamos perplejos cuando algo se desmanda, ya que creemos tenerlo todo controlado.
Pero igual que las cosas se pueden estropear en un momento, pueden también arreglarse. La ayuda para un cambio a mejor puede venir de dónde menos se espere cuando tenemos necesidad de ella. Si hemos ayudado en el pasado, se nos ayudará en nuestras necesidades, estoy segura de ello porque me ha ocurrido en varias ocasiones. Y quien te ayuda no suele ser aquella persona a quien tú has ayudado…
Un abrazo.
La luna playera, la que mengua sobre las olas de tus poéticas reflexiones, siempre alumbran a los seres humanos con alma de trovador. Me ha encantado tu luna menguante y esa playa donde hundes tus sentimientos en medio del ambiente cálido y acogedor. Un beso.