IMAGINACIÓN ATRAPADA (VI)

Miquel se había unido más estrechamente todavía, con Fernando Díez, un año mayor que él. Fue la verdadera amistad, la más profunda. Juntos paseaban por los patios, hablaban sentados en un rincón apartado en las noches brillantes y frías, fluyendo el vaho de sus bocas, se juraban amistad eterna y sellaban con sus manos, uniendo su sangre, ese pacto de honor. A veces no decían nada, se limitaban a escuchar el silencio de la brisa y sentir el calor de sus almas resplandecientes, emocionados y orgullosos de haberse encontrado.
-En el libro de la vida está escrito: se conocerán…
-Eso es, el destino, sí, yo creo en…bueno, que somos una frase más en ese gran libro.
-Sabes, me siento muy bien aquí contigo, todo está tranquilo y respiro. Parece que estemos solos, que no exista nada más y sin embargo no me importa esa sensación, me llena, me hace olvidar la miseria, el sufrimiento…necesitamos más momentos, más dosis de felicidad.

Fernán era de San Sebastián. Su familia se trasladó a Barcelona hacía escasamente un año, vivían en el barrio de Sants.
Su afición por la pelota vasca le recordaba su entrañable ciudad natal. Practicaba al lado de la playa de la “Concha”, con sus vecinos y cuando estaban cansados y sudados se pegaban un baño.
-Aaah, el agua estaba de muerte.
Quería conservar esta costumbre, por eso cuando Miquel le animó a formar pareja con él no se lo pensó dos veces. Pronto se hicieron los amos del Frontón, no había quien pudiera con ellos. Los dos amigos llevados por el ansia de aventuras, conocían cada rincón de ese monumento de piedra que era el Seminario y su entorno. Inspeccionaban todo aquello que les era prohibido, el riesgo era una emoción más intensa. Saltaban ventanas, abrían puertas cerradas, salían del recinto permitido para adentrarse en la frondosidad del bosque. Allí construyeron una casa en lo alto de un árbol, con unas tablas de madera, de modo que desde tierra no se viera nada anormal. El follaje del tronco ceremonioso la envolvía por completo. Poco a poco hicieron la cabaña habitable. Montaron una estantería llena de cuentos, cojines por el suelo y unas tablas apiñadas a modo de mesita. Con esto se sentían suficientemente cómodos.
La “casa del árbol” fue su refugio durante mucho tiempo, en los recreos iban a jugar a las damas, a leer o a inventar historias. Aunque ajenos de malicia, se sabían cómplices de algo que estaba fuera de la ley del colegio. Su gran tesoro enriquecía sus corazones perennes y les otorgaba un misterio, un deleite hecho por y para ellos.
Era una escapada de lo real. Necesitaban más momentos. Miquel, como ya he dicho, se iba familiarizando rápidamente con el espacio y sus gentes. Pero no he hecho referencia a unos seres que se encontraban allí, con su importante labor, como eran las cocineras, la mayoría chicas de provincia y las Monjas, Madres y Hermanas que se encargaban de la limpieza, de la enfermería y de cuidar a los animales de la granja que poseían. Solían ser mujeres grandotas, entregadas a sus votos, muy cariñosas y tan bondadosas…con un espíritu maternal, consagrado a los demás. Los chicos las veían pasar como fantasmas, con sus hábitos blancos, procurando no ser vistas demasiado, por ello no se les prestaba la atención que verdaderamente se merecían. Miquel no conocía a nadie tan agradable. Sencillas y sumisas, se contentaban con dar gracias al Señor.
Cuando tuvo la gripe pasó una larga semana en su compañía, le mimaban, le traían tebeos y toda clase de caprichos. Les cogió cariño, en especial a la Hermana Angela, que le leía por las noches y estaba más tiempo con él.
Los estudios le iban bien, sin apenas esforzarse sacaba buenas notas. En el primer trimestre aprobó todas las asignaturas. Estaban al principio de la segunda evaluación, se acercaban las Navidades. Los muchachos se movían inquietos en sus asientos. Alegres iban de aquí para allá, planeando lo que harían esas dos semanas de vacaciones con sus familiares.
Sería la primera salida del “Semi” y para la mayoría, el reencuentro con los seres queridos. Miquel las pasaría en un pueblecito del Pirineo de Lérida, no contaba más de cincuenta y cinco habitantes. Las casas eran de piedra y los tejados de pizarra, con un campanario que destacaba en el centro.
Hacía tres días, una carta de sus tíos le anunciaba la gran noticia. Torredella, era un ensueño para Miquel que pasaba el verano allí. Muchos días antes de la marcha, por las noches, le era imposible conciliar el sueño pensando en los amigos que impacientes, esperaban su llegada.
El Ricardo de “Can Music”, el Manolo, hermano de Valentina, el Pepito de “Can Forn”, también “Crespi” le esperaría. Crespi, era un perrito de pelo pardo, con una estrella blanca en el pecho. Se lo había regalado “Batalla” el hombre más solitario e introvertido de la aldea. A Miquel le atraían esas gentes menospreciadas.
Batalla era amigo suyo y muchas tardes le escuchaba embelesado contar historias sobre la todavía flotante guerra. Había hecho algo de dinero de contrabando, cruzando las montañas hasta Francia. Nunca pisó la Iglesia, por ello le criticaban. A la gente le gusta saber, para poder luego cambiar los hechos y las palabras. De Batalla, apenas conocían su pasado y habían tenido que inventar una tela de araña para atraparle. El era un hombre reservado y se despreocupaba de lo que pudieran decir o pensar de sus actos, al fin y al cabo nada malo hacía, además, no sentía ninguna simpatía por los mayores, en eso, coincidía con Miquel.
Miquel había bautizado y criado a “Crespi”, cuando sólo era una pequeña bola. Al llegar el muchacho a Torredella, “Crespi”, como si lo olfateara, iba a su encuentro y ya no se separaba de su lado. Mientras vivía en la ciudad, lo cuidaba Batalla.
-Después de tu partida, pobre chucho, se pasa un mes llorando, yo creo que un día morirá de pena, pobre chucho, te añora.
Al leer las escasas líneas, sus adentros visionaron la estampa blanca de la nieve que cubriría sin duda, en esas fechas, las montañas y las casas. Torredella se hallaba en la cima de un precioso valle. Imaginó los hogares de leña encendidos, caldeando las habitaciones. Los viejos curtidos, sentados en los bancos de madera ahumada alrededor del fuego. Mientras allá afuera, en el balcón, las estrellas lanzan destellos como nunca. Allí el Cielo era mayor, la luna inmensa, iluminando los bellos parajes,-inspiración de escritores, pintores y poetas- y creando un pueblo de sombras, dormido en un lugar olvidado por el Mundo.

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