Aún tiembla la voz en la tarde del café con leche y el chocolate de la onza real. Una silla de mimbre después de una jornada agotadora y un mundo que aún respira en la paz de los recuerdos. Era un mundo de niñez más escuchado y que siempre presentía un hablar de olivos con el aceite del pan. Era una ternura enorme instalada en el pecho de los abrazos y los consuelos llegados de lejos. Era un levantarse despacio para hacer balancín con las horas. Era una levedad insomne. Era un hueco de tiempo ya sólo recordado.
Mis tios bisabuelos hace ya un rato que partieron y ahora me queda la rememoración infantil de sus deseos. Unos ojos cerrados para siempre cumpliendo unas emociones que quieren hacer beso comunal con la lluvia lejana.
Unas presencias perdidas, unas esencias que siempre se quedan con nosotros. Como la esencia del olivo en el aceite del pan. El hueco del tiempo sólo recordado se hace más real que la realidad.