Tenía la comarca holandesa grandes campos de tulipanes, que forraban la limpia arena, y se entremezclaba con el rojo de sus amapolas. El cielo rallaba los campos con los perfumes de las mariposas y el suave sol mecía sus rayos como si fuera un manto dorado que realzaba la belleza de la región.
En el centro de ellá, había una casita echa de madera de caoba, con sus ventanales, que apuntaban al norte, pareciendo dos ojos que miraban coquetamente la belleza de sus campos. La puerta apuntaba al sur y, en las noches, su madera era acariciada por el suave viento. Al atardecer se podía oír silbar el viento como galán que habla a su amada al regresar al hogar.
Vivía en la casa un viejecito que acostumbraba a vestir todo de negro, en luto, por su mujer. El hombre había pasado muchos años en la casita, compartiendo la vida con su esposa. No estaba triste. Entendía los caprichos de la muerte y aguardaba sosegado y apacible. Todo ello formaba la comarca holandesa, donde el tiempo parecía detenerse a contemplar su belleza y donde la vida rebosaba esperanza.
2 comentarios sobre “La comarca holandesa”
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muchas gracias diesel. A mi tambien me encanta como escribes, un abrazo, javi.
Relatas muy bien Javier. Con detalles precisos y dando sentido brillante a lo que escribes. Lo exterior está plenamente trqaducido y además añades al final el color de la interioridad de un personajes. Felicitaciones.