Frente al inevitable imperativo de escribir algo nuevo, la madurez literaria permite repetir personajes gavillescos y escenas fugaces pero cada vez con nuevos registros. Los personajes repetidos no son, gracias a la magia literaria, siempre los mismos y van perdiendo en definición mientras van ganando en movilidad y en simbolismo.
De la misma manera las ciudades y los paisajes de décadas pasadas son fantasmas que adivinamos tras la niebla de los recuerdos. Las ciudades, los paisajes y los personajes de la literatura, van marcando sus épocas y se convierten en proyectos inéditos. Una especie de desolación poética es entonces recopilarlos en poemas.
El derroche de energía poética convierte a cualquier personaje, ciudad o paisaje, en naturalidad literaria, en intimidad social: así como si fuesen pájaros gigantescos, florestas idilícas, aguas de ríos corriendo o pisicinas de sangre donde se bañan todos los instantes de nuestros sentidos literarios.
El deseo siempre está presente en esta especie de poética de la desolación que nos hacer emerger para nutrirnos de idílicos colores oníricos y en símbolos de lo sugerente y responsable.