El último párrafo de la novela titulada “Memoria de mis putas tristes” (de Gabriel García Márquez) dice así: “Salí a la calle radiante y por primera vez me reconocí a mí mismo en el horizonte remoto de mi primer siglo. Mi casa, callada y en orden a las seis y cuarto, empezaba a gozar los colores de una aurora feliz. Damiana cantaba a toda voz en la cocina, y el gato redivivo enrosó la cola en mis tobillos y siguió caminando conmigo hasta mi mesa de escribir. Estaba ordenando mis papeles marchitos,; el tintero, la pluma de ganso, cuando el sol estalló entre los almendros del parque y el buque fluvial del correo, retrasado una semana por la sequía, entró bramando en el canal del puerto. Era por fin la vida real, con m i corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años” (Mayo de 2004).
Hasta aquí lo que escribió García Márquez como final de su novela. Lo siguiente lo escribo yo:
Eran las nueve y media de la noche cuando, por fin, decidí sentarme frente a mi escritorio para comenzar a escribir. El gato se había perdido, buscando amores, por los callejones viejos de la vecindad y Damiana ahora estaba sentada, ante el televisor, siguiendo nerviosa y alterasa, la última telenovela de moda. Entre los almendros del parque se columpiaba una luna llena que emitía algo así como una canción de nostalgia. Con mi segundo siglo a cuestas, comencé a trazar versos en mis papeles blancos, sabiendo que cuando llegara la madrugada mi corazón seguiría sintiendo. Y me sumí en mis románticos poemas mientras el buque zarpaba hacia la alta mar. (Abril de 2009).
Que tu buque siga viajando por alta mar y tus románticos poemas surjan de tu corazón.
Un abrazo de osa¡¡