Mientras llega el día paso la noche indagando en mí mismo, preguntándome qué es lo que me conmueve y qué es lo que me impide salir a la superficie a expresar lo que me conmueve. De repente, debido a implicaciones del universo inconsciente del ser humano, los sucesos internos de mi pensamiento se desarrollan como escenas de un film que me impulsa a una conexión con los arquetipos universales y ellos crean una fascinación donde conjugo realidad con fantasía que tiene fronteras apenas imperceptibles.
Eso es lo primero que se derrumba entre incomprensibles deficiencias narrativas y las impávidas situaciones de mi sueño que me hacen despertar para regresar violentamente a la realidad. Enciendo entonces un cigarrillo para meditar que estoy frente a una película, pero no me distancio de esos momentos sino que me alejan de ellos el sonido del reloj de pared y un espacio delicioso de enajenación experimental que termina por diluirse entre los anillos del humo del cigarrillo.
Sin embargo, estas objeciones impresionistas no son las que más me preocupan. De hecho se dejan maniobrar a pesar de su pertenencia a un ritmo a veces excesivamente parsimonioso. Hay entonces un momento de intensidad dramática, donde recreo lo verosímil en mi escenario epocal, pero ese mismo momento me conmina a cuestionarme la posibilidad de la creación de imaginarios sociales.
La historia dela noche constituye una posibilidad de remirar mi pasado para impulsarme hacia el futuro mas este principio no cuenta con respaldo suficiente y termina por disiparse también por culpa de un cañonazo que lo destruye todo. Nada puedo hacer, nada puedo desenmovilizar, me queda una sensación de desconcierto, de desconsuelo mientras se consume el cigarrillo y la idea de emanciparme de mis ideas se vacía de sentido en la medida en que como suceso resulta aislado, sin capacidad de potenciar los hechos siguientes porque la narración permanente queda cortada por el ecuador de la nada.
Sé que solo es un ejercicio de concepción individual, sin compromiso con un colectivo simbólico y al final, derrotado, pierdo la sangre de mi fiebre creativa esperando que llegue el día en donde la incapacidad de retomar la historia pensada como algo imposible vuelva a legitimizarse de nuevo y me reafirme ese poder imaginario del dominado cuya mínima voluntad de insurrección se enfrenta a un poder omnímodo, eternizado y cínico, que no sé cómo se llama en realidad pero que se encuentra al doblar la esquina de la primera calle que doblo cuando salgo a tomar el sol en el aledaño jardín de las esperanzas.