Mis ojos miraban, sin apenas ver, la sala de la cultura por donde desfilaban los sintéticos fotogramas de la fuente de piedra, el humilladero de la cruz enhiesta a un lado del camino, la laguna y aquella sierra por donde los potros y las yeguas trotaban libres por el campo. Tú volviste de nuevo a mí, siendo ahora una estatua de bronce erigida sobre un dolmen neolítico (no sé bien si el de Menga, el del Romeral o el de Viera) en lo alto del cerro, mientras yo me hundía en el torcal hasta que el huracanado viento que llegaba del valle me izó de nuevo y me transportó a las casas bermejas en donde las viejas del lugar rezaban el rosario.
Desperté henchido de nostalgia e hinchado de desilusión porque ya no estabas junto a mí. La hipoalgia me disminuía toda clase de percepción sensorial y el dolor delfrío coagulándose en mi piel no reactivaba mi sisitema nervioso que, sin embargo, todavía funcionaba transmitiéndome un sistema de comunicación en donde yo era, todo al mismo tiempo, emirosr, receptor, canal y mensaje… hasta que no pude soportar más el silencio de tu ausencia y decidí que tendría que volver. Pero no volví nunca más.
Y ahora tienes que saber, Malloní de almendrales y aceitunas, que jamás regresaré a ese espacio cubicular de tus traiciones, en donde aquella noche me encontré narrándote, sin saber por qué ni para qué, las inexistentes semejanzas correlacionales habidas entre Dostoievsky y Rembrandt, que intentaba yo hacerte visualizar para que me aceptaras como amante y, a su vez, que toda aquella noche de ronda en que paseábamos reflexionando sobre el destino de un hombre y una mujer -posiblemente tú y yo- no era más que el principio de nuestro mutuo desconocimiento.
Y ahora, mientras yo me sigo adentrando entre los deshilachados flecos de la ensoñación, tú, continua efervescencia en que se me convirtió esta obstinada obsesión de saber qué es el mamboretá de la Reme de los cuentos de Cortázar, sigues jugando a hacer el amor con Athos, Porthos o Aramis cuando uno de ellos conquiste, al final, la ensoñación de D’Artagnan que no es otra cosa sino tú perdida en la somnolencia.
Y es que tú, Bovary tan lejana de Beauvoir, seguirás siempre exisgiendo ser la pupila de Madame de Stael mientras yo estoy inexorablemente concenado a existir, con un poco de absurdo sensorial, como un extranjero de Camus; o si lo prefieres con mayor concreción hispan, tú siempre serás una mujer de gala anasiando llevar el anillo de una dama, anhelando tocar una cítara colgada de algún árbol y escribiendo tus memorias a través de un manuscrito carmesí… mientras yo siempre seguiré siendo un cajón de sastre en los laberintos de una taberna fantástica, trabajajndo en mi sempiterno oficio de tinieblas y no pudiendo jamás incluirte en mis memorias como una heroína de ultramar sino simplemente como un pensamiento de implacable mordaza.