El cielo estaba de color azul inmenso y las nubes eran como perlas de nácar cuando llegamos a la altura de la provincia mongola de Dundgobi, y el Lockheed C-130 Hércules, abrió la puerta de lanzamiento.
– ¿De verdad lo vas a hacer, Diesel?
– ¿Qué día es hoy, Menchu?
– Estamos, exactamente, a 8 de enero del año 1982 después de Jesucristo.
– Jesús lo hizo y era un hombre. Lo que hace un hombre lo puede hacer otro.
– ¿Estás loco, Diesel? Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios y tuvo a Dios de su parte.
– ¿Y yo que soy, Menchu?
– Un hombre mortal.
– Te equivocas, compañera. Soy un Hijo de Dios. Espérame, dentro de 40 días, en Ulan Bator si no te importa esperarme.
– Sé que no lo vas a conseguir y tú también lo sabes.
– Sólo sé que Dios también está de mi parte. No será lo que tu pienses ni lo que piense yo, sino lo que Dios quiera.
Y sin decir ni media palabra más me lancé al vacío. Una vez abierto el paracaidas yo sólo flotaba como en un ensueño infantil. Y recordaba aquel 1956 imborrable en mi memoria. Hasta que, vuelto a la realidad, no caí precisamente sobre la selva amazónica ecuatoriana sino sobre una zona desértica bastante pedregosa. Estaba en medio del Desierto de Gobi. Sin agua. Sin alimentos. Sin ninguna clase de arma para poder cazar algún animal improvisto, salvo un pequeño raedor con que poder arañar raíces de arbustos en caso de que la sed ya fuese casi mortal. Estaba dispuesto a pasar la prueba: 40 días a solas en el Desierto de Gobi y con mis ideas totalmente en blanco; como si hubiera aprendido a nacer. Una vez aterrizado sobre el suelo recordé el pequeño diálogo que sostuve con Menchu cuando meses atrás le conté mi sueño.
– ¿Es que quieres conseguir un reportaje digno del Premio Pulitzer, Diesel?
– El Premio Pulitzer de Periodismo me preocupa menos que un pulgón a un tigre de Bengala. Te recuerdo que también iré a Bengala cuando la llamada de “la sangre” del periodista independiente me lo haga saber.
– Si no deseas ningún premio… ¿por qué te arriesgas tanto en la profesión?…
– Porque una cosa son los premios y otra cosa son las experiencias. Los premios son para ganar la fama. Las experiencias son para obtener éxitos.
Fue lo último que hablé a sola con Menchu. Si ella estaba por mí nunca lo pude saber. Lo que siempre he sabido es que yo no estoy por quien está con varios a la vez. Así que aquel salto en paracaídas, sobre el Desierto de Gobi, sirvió para alimentarme de autoestima ya que le había demostrado a ella que yo era capaz de seguir adelante con mis desafíos aunque fuese muchas veces a solas, en soledad, como en este Desierto de Gobi donde comienza mi aventura de 40 días sin saber cuál es el límite de mis esperanzas. Desde luego que el Pulitzer me es indiferente del todo.
El agobio de Gobi comenzó desde que puse los pies sobre aquel terreno ardiente. Según el aparato que llevaba en mi antebrazo, la temperatura era de 40 grados centígrados y no había ni un atisbo de árbol o arbusto para encontrar una sola sombra amiga. De pronto sentí que tenía sed y que no tenía nada con qué calmar mi sed. Pero Dios es tan Misericordioso con quienes confiamos en Él que el primer milagro llegó un par de horas después de haber comenzado a sentir sed de verdad. De repente el cielo se oscureció y unas grandes e inmensas nubes grises hicieron estallar la tormenta. Con mis manos fui recogiendo y bebiendo toda el agua que pude tomar para calmar mi primer momento de angustia. El agobio, al llegar la primera noche ya no era el enorme calor de los 40 grados centígrados sino el pavororo frío de los 27 grados centígrados bajo cero que me estaban empezando a congelar por todos los lados de mi ser. Pero Dios volvió a ser Misericordioso. Cuando ya empezaba a no sentir mis pies surgió ante mi vista una pequeña cordillera montañosa y, al llegar a ella, resulta que encontré cuevas horadadas. Me adentré en una de ellas y sentí calor, bastante calor. El asuntoi es que en ella encontré a un nómada darkha que se calentaba junto a una hoguera. A su alcance había dejado, en el suelo, un gran saco de cuero donde fermentaba una especie de leche de yegua con la que se produce una bebida alcohólica de baja graduación: es el kumis con el cual estos hombres combaten el frio nocturno. El darkha me miró con su puñal en la mano dispuesto a usarlo contra mí pero le aplaqué sus instintos asesinos cuando le hice una señal de que yo venía sólo en busca de la paz y no de la guerra. Probé a decírselo en inglés y me entendió perfectamente.
– Good night, man of God, I just come seeking peace of my mind.
Dejó su puñal en el suelo, muy cerca de él, y me invitó a sentarme junto a la hoguera antes de iniciar su diálogo conmigo.
– Did you come to this place to forget the bad loves?
– That people say.
– What do you say?
– I’m not as people say I am. I do not feel like people say they feel. I do not believe in people.
– Hahahaha! I do not believe in people. I only believe in my horses.
Una vez animados los dos por la charla amistosa, él me ofreció un poco de su kumis y bebí con gusto. Del dakha aprendí que el kumis (también llamado koumiss, kumys o kymys) es un producto lácteo hecho a partir de kéfir de leche. Tradicionalmente se ha elaborado con leche de yegua, aunque hoy día se emplea normalmente la leche de vaca. Es una bebida tradicional de la zona de Asia Central, llamada airag por las tribus mongolas, sobre todo la tribu conocida como kirguís, que se piensa que desarrollaron este tipo de bebida en torno al siglo XIII. Sin embargo, hay constancia de que el kumis era una bebida que formaba parte de la alimentación de los antiguos escitas, una raza aria de nómadas y guerreros que habitó la zona de Eurasia en torno al siglo VII antes de Jesucristo. De repente, al ciotar el nombre de Jesucristo, se moe queda mirnado fijamente a los ojos y me pregunta.
– Who do you think you, stranger?
– I just think in solitude.
– Does loneliness is a woman?
– It is the most beautiful of women.
– Hahahaha! You are very mysterious, alien, but I like to talk to you. My name Bator. What’s your name?
– My name is Joseph, but everyone calls me Diesel.
– German?
– Spanish. The flag I carry in my chest, on my heart, is that of Spain.
– Catholic?
– Only Christian.
– I can not give you food and water I need for me and my horses, but we are in the rainy season. Take advantage of storms to drink!
– I understand you, Bator. No need to help me more. God will protect me.
– Are not you afraid to sleep next to me?
– I’m not afraid to sleep with you.
– Are not you afraid of death?
– I have no fear of death.
– What are you afraid of?
– A not find my Destiny.
– What is your Destiny, Diesel?
– Do you believe in Eternity, Bator?
– Yes, I believe in Eternity.
– I think we will see, Bator.
– In the horizon?
– On the horizon there is only one way.
– Beyond the horizon, Diesel?
– Far beyond the horizon, Bator.
Después de esto los dos nos quedamos dormidos profundamente y, al amanecer, volvió a darme de beber un poco de kumis y me regaló un bidón de plástico para que recogiera cuanta agua pudiera ya que estábamos en época de lluvias. Y luego una larga… larga… larga travesía de hasta 30 días más en completa soledad, cada vez con mayor agobio por culpa del calor o del frío o de no poder comunicarme con ningún otro ser humano. Hasta que, el día 31 de mi aventura, me topé con una caravana que iba en dirección a la capital. El jefe es el que se dirigió a mí.
– ¡Hola, extranjero! ¡Veo que eres español!
– ¿Conoce usted la bandera de España?
– Exacto. Es la que llevas en tu camiseta, en el pecho y a la altura de tu corazón. ¿Es esa tu patria?
– Sí. Es esa mi patria.
– ¿Y por qué estás tan lejos de ella?
– ¿De mi patria?
– ¿De qué puedes estar más lejos todavía, español?
– De la decepción.
– ¿Acaso eres un español catalán?
– Para mí no existe ningún español catalán. Para mí en España sólo existen los españoles nada más. Cataluña es España como España es Cataluña. Pero no es esa la causa de que esté en el Desierto de Gobi.
– ¡Ya está! ¡Ya sé la causa! ¡Una chica te ha destrozado el corazón!
– Falso. Se equivoca usted totalmente, caballero. Nadie ha destrozado jamás a mi corazón. Sigue latiendo igual de tranquilo e igual de sano como desde que nací. Pero necesitaría usted estar dentro de mí para poder entenderlo.
– Entonces… ¿eso quiere decir que eres libre?
– Eso quiere decir que estoy liberado.
– ¡Perfecto! Escucha, español. Soy el hombre más rico de la ciudad de Ulan Bator. Me dedico al mundo empresarial y siempre me he rodeado de las personas más inteligentes que he ido conociendo. Los españoles sois muy inteligentes y veo que tú eres un joven español con muchas ganas de vivir bien. Si te unes a mis empresas te ofrezco la más joven y la más bella de todas mis hijas. ¡Nunca te destrozará el corazón por nada del mundo! ¡Mis hijas son las chicas más fieles que puedas encontrar en la Tierra!
– ¿Y fuera de la Tierra también?
– ¡Jajajajaja! ¡Esa es la clase de espíritu que necesito a mi lado! ¿Hacemos o no hacemos el pacto?
Miré los ojos del caravanero montado a caballo y vi una luz infernal en ellos.
– Gracias pero no… tampoco es eso lo que estoy buscando…
– ¿Estás loco, español? ¡Nadie jamás me ha rechazado una oferta a mí! ¡Te puedo convertir en el joven más millonario de todo el Oriente!
– Pero es que mi Destino está en el Occidente. Así que siga usted su camino. No es la primera vez que me ofrecen ser millonario de la noche a la mañana y no es la primera vez que lo rechazo.
– ¿No quieres venir conmigo?
– ¿Cuántos kilómetros faltan para llegar a la ciudad de Ulan Bator?
– 469 exactamente. Te veo muy maltrecho físicamente y necesitas mi ayuda.
– No se lo crea, caballero. Soy mucho más resistente de lo que cualquiera pueda pensar.
– Hablando de pensar… piénsalo bien, muchacho…
– Lo tengo muy bien pensado desde que cumplí 7 años de edad. Soy delgado pero no estoy maltrecho y puedo resistir hasta el final. Seguiré caminando.
Nueve días más tarde, cuando el agobio estaba a punto de derrotarme llegué, por fin, a Ulan Bator. Y estoy en el Grand Khan Irish Pub tomando una copa mientras espero a Juan.
– ¡Lo lograste, compañero! Pero tengo que decirte que Menchu no ha venido.
– Ni yo tampoco la estoy esperando.
– ¡Regresamos a Madrid, Diesel!
– Regresamos al mundo, Juan.
– ¿Te has enamorado de alguna?
– De la misma de siempre.
– ¡Jajajajaja! ¡Muy buen chiste, Diesel!
– Pues es una gran verdad, Juan.
Y los dos brindamos con un sorbito de champán.