Ajenos al sórdido mundo
que nos rodea,
vivimos nuestras pequeñeces
con absurda transcendencia.
Como estúpidos parlanchines,
sentamos cátedra
desde la tarima del confort.
Damos lecciones de todo
sin haber vivdo nada,
y ante la desgracia humana
volvemos con displicencía
nuestra guapa fealdad.