Allí donde cantan los ruiseñores habita una mujer joven y hermosa. Todos los príncipes del planeta cargan sus monturas de ilusiones y van hasta allá para decirle cuánto la aman. Ella cautiva contando cuentos gracias a su imaginación. Es la nueva Sherezade, rejuvenecida por el arte de la magia. Una mujer que juega a ser raptada por los rayos del sol cubriéndose de hielo en los lugares de la paz. El fuerte fuego del volcán cercano la aísla y la hace narrar baños de luz ante los ojos de los príncipes. Reflejada en la mente de los poetas se volatiliza como el humo cuando se le acercan los cantores. Como el hueso del dátil ignora al aire y se cuelga del viento huracanado de las almas. El que la ve la oye y el que la oye se queda ignorado para siempre. Ella sólo lanza besos de cereza y los ruiseñores cantan… cantan… cantan…
hasta que se desploma el día bañándose a la luz de la luna. Y dicen los enamorados príncipes poetas que quien logre robar un beso a sus labios de amapola quedará para siempre convertido en estrella fugaz y deambulará por el universo hasta que ella, mirándole con sus bellos ojos, lo transforme en polvo.
Y cuentan los poetas que un día llegó un joven que la miró a los ojos y ella se quedó tan absorta que se le olvidó el artificio, abrió sus labios y recibió el beso. Como había perdido todos sus poderes debido a la sincera mirada de él, el joven poeta no solo no se convirtió en polvo sino que vive junto a ella escuchando el cantar de los ruiseñores cuando las tardes se tiñen de rojo baño de luz.