Yo estudiaba entonces las mil y una maneras posibles de poder aprobar las asignaturas en la Facultad de Ciencias de la Información (que no se dice Comunicación sino Información en esto del periodismo en España) de la Universidad Complutense de Madrid (y no confundirla, por favor, con la Universidad Complutense de Salamanca). Eran tiempos de estrategias y, sobre todo, de estratagemas para poder superar aquellos exámenes que parecían más cosas de elefantes (por eso de que los elefantes tienen muncha memoria según he oído multitud de veces) que de seres humanos. Así que el asunto era y consitía en resumir en breves fórmulas mnemotécnicas (que me parece que se escribe así si no me equivoco) para, con un breve número de códigos secretos, tener todos los temas resumidos. A partir de ahí era necesario ponerle imaginación al asunto y dar el “rollo” correspondiente para que los profesores se quedaran con la boca abierta y los ojos casi bizcos pues lo leían y no podían creérselo.
El caso es que yo, mientras escribía y escribía (que hasta tenía que levantarme a pedir hojas extras para poder terminar) tenía mis pensamientos centrados en Ornella Muti y es verdad.
Era tiempos también de un profesor de Redacción Periodística que las poquísimas veces que acudía a dar clases era sólo para decirnos que escribiésemos lo que nos diese la gana, porque él no tenía ni idea de lo que era definir una redacción periodística. Así que la cuestión consistía, mientras mi mente seguía pensando en Ornella Muti (y repito que era verdad) rebuscar alguna revista desconocida y copiar “al pie de la letra” el artículo del tema que fuese pues el profesor decía que le daba lo mismo y entregarla, salir de la clase alegando que tenías ganas de ir al baño y… !si te he visto no me acuerdo!… a casa a seguir soñando con Ornella Muti mientras en el aula se montaba el “mogollón” de los que apoyaban mi manera de actuar y los que me criticaban mi manera de actuar.
Tiempo de un profesor de Lingüistica que proclamaba con total descaro que, comprando un “rollazo” de libro que yo al menos ni lo leí, tenías el aprobado ya asegurado. Así mataba dos “pájaros de un tiro”: vendía sus libros a costa de nosotros pero nosotros pasábamos la asignatura a costa de comprar su libro. ¿Y qué me importaba a mí aprender el “rollo” de la Linguística del hindú Panini que ni me iba a servir para escribir mejor ni me iba a servir para escribir peor?. Yo seguía pensando (y era verdad) que mucho más provechoso era ver los fotogramas de Ornella Muti. Por lo menos con dichos fotogramas aprendía a saber lo que era una secuencia cinematográfica, por ejemplo. Panini estaría bien para los filólogos pero yo ni quería ser filólogo ni nunca lo he querido ser. Otra cosa bien distinta era ser filósofo de Ornella (que era verdad que le hice un comentario a una de sus películas que dejó boquiabierto a un tal “periodista” de seguna clase o de tercera categoría que, de pura envidia, dejó de hablarme desde entonces).
Tiempos en que en la Facultad había un profesor (catedrático se llamaba a sí mismo porque lucía las muy ilustres insignias del Opus Dei) que sólo le interesaba coentarnos los cotilleos de la vida de algún que otro escritor muy conocido (que ya los sabía yo desde los tiempos del bachillerato en El Instituo San Isidro de madrid) o escribir un ensayo sobre “Manuel Bueno, santo y mártir” o algo por el estilo. Que para mí el único mártir que había por allí era uno de cuyo apellido no me acuerdo que terminó saliendo de la carrera y dedicándose a vendedor de libros como lo ví con mis propios ojos).
Eran tiempo de copiar y copiar, de mil y una formas diferentes, pero que cuando llegaba la hora de la verdad había que demostrar que o valías para periodista o no valías. !Y entonces sí!. !Entonces mi mente se olvidaba por completo de Ornella Muti o cualquier otra chavala guapa que se me pusiese por delante y hacía tales demostraciones de lo que era ser periodista que hasta se guardaban mis trabajos para que sirvieran de ejemplo a las futuras generaciones!. De verdad.