Una llamada. ¿Cuándo llegas a casa?
– No tardaré mucho.
– Te espero levantada.
Una llave se introduce sigilosamente en la cerradura y al abrir la puerta, voces de un programa cualquiera de televisión.
Al fondo del pasillo, una figura frágil y esbelta aparece discretamente bajo el umbral del salón.
La palma de la mano sobre el marco de la puerta y una mejilla sobre el dorso de la mano.
Una llamada. ¿Cuándo llegas a casa? No tardaré mucho. Te espero levantada. Una llave se introduce sigilosamente en la cerradura y al abrir la puerta, voces de un programa cualquiera de televisión. Al fondo del pasillo, una figura frágil y esbelta aparece discretamente bajo el umbral del salón. La palma de la mano sobre el marco de la puerta y una mejilla sobre el dorso de la mano. Un rostro angelical y una mirada que dice: Te he echado de menos. Pasos al frente y dos cuerpos que se funden en un abrazo. Ojos cerrados y el aire se viste de sentimiento. Un ligero movimiento de cabeza que se acomoda en un hombro. Diez palabras, cinco verbos, una religión. TE QUIERO, TE AMO, TE NECESITO, TE ADORO, TE DESEO. ¿Cómo te ha ido el día? Bien (aunque haya sido horrible). No hay lugar para maldades. Te he preparado la cenita. Sólo si tú me acompañas. Sigue Leyendo...
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