Mi barco no tenía vela. Y en aquella oscura noche mi único contacto con la realidad lo formaba esa somnolienta sensación de que tus sentidos ya no te pertenecen, de tus pensamientos libres sin barreras, y una cabeza que no deja de repetirse aquellas mismas palabras una y otra vez. Totalmente deshinibido.
Frente a aquella pantalla seguía discutiendo, sobre esa insulsa ventana, mi reciente misoginía provocada por aquel monstruo que arrancaba mi cubierta con sus tentáculos mientras me sostenía la mirada. Aquellos ojos… Sucia rata.