Es hora de volver a casa, debo tener cuidado, reviso mis bolsillos, miro la cartera, cepillo la chaqueta y borro las llamadas del móvil.
Subo al ascensor, mirándome en el espejo, ensayo el gesto de amante esposo, los años me han ayudado a perfeccionarlo, a pulirlo de tal manera, que incluso me siento cómodo en el papel, ¡quién me lo iba a decir!
Abro la puerta y comienzo a gritar “Hola, ya he llegado, ¿dónde estás cariño?”, es la rutina. En breves resonará la esperada respuesta: “Aquí, estoy aquí, ¿cómo has pasado el día?”, pero pasan los segundos y nadie contesta, “Hola” repito, y de nuevo silencio.