Los adultos lloran y los niños mantenemos la compostura. A mi hermana Lorena, de 14 años, al menos se le humedecen los ojos ante la caja de pino. Me gustaría llorar por ella, pero tengo dormido el corazón y no me salen las lágrimas. Y no es que no sepa lo que es la muerte, pero me parece tan ajena, tan impropia, que no me estremezco como los demás ante su incierta compañía.
Pobrecita. Está pálida como un paño de lino. La han vestido muy elegante. ¿Por qué llevó toda su vida aquellas ropas andrajosas si ahora, en su propio luto, viste sedas y tiene de maquilla la expresión?