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HERMANAS GEMELAS

Eran la envidia del lugar. Sofisticadamente bellas, majestuosas como las caras de las monedas, altas y esbeltas como espigas de dieciocho quilates, en su mirada se reflejaba el cielo y su joven sonrisa brillaba más que la del sol. Parecían dos princesas de cristal y todo el mundo suspiraba al verlas.
Aquella despejada mañana de finales de verano se dirigían, como cada jornada, a recolectar la miel que las aguardaba en las colmenas de su propiedad. Bordeaban el río sosteniendo sendas bolsas con los aperos necesarios para la recolecta de miel. Le tocaba el turno a los panales de las nuevas abejas, las traídas de oriente, que aunque producían la miel más dulce y perfumada se mostraban en extremo violentas al sentirse molestadas. Ya lo habían comprobado la primera vez: se lanzaban como proyectiles contra sus trajes de protección, con una fijación nunca antes vista en todos los años que llevaban en el oficio de la miel. Sigue Leyendo...

Adivina…

El rostro de un hombre inmenso y brutal. Reflejos dorados de un campo de trigo. El azul intenso del cielo. Gemidos, estertores, enlazados con chillidos de pánico. Huecas carcajadas procedentes del infierno. La escena se tiñó de sangre. Percibió la muerte como un flash.

Se agitó al salir del trance. Su rubia cabellera dibujó una media verónica. Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. Notó el vello erizado y los poros comprimidos. Intentó recoger las cartas que yacían sobre la mesa pero, perturbada por la violenta escena, había perdido todo control sobre sus manos. Reprimió el vómito y, consternada, soltó la baraja. Sigue Leyendo...

ALGO TENGO QUE HACER

Arremetió contra él en un último intento. Pero las fuerzas ya lo habían abandonado y aquel tipo era un bloque de hormigón.
Zarandeó a Alex como a un sonajero y lo lanzó a un metro de distancia.
Yo, agazapado en un rincón, escondido tras las sombras, asistía impotente a la escena.

“Algo tengo que hacer”. Pensé

Como un animal alertado por el instinto, Alex se sabía camino del matadero.
– ¡SOCORRO! ¡QUÉ ALGUIEN ME AYUDE! –Chillaba con escasa fortuna tras la brutal paliza, depositado en el suelo como un trozo de carne despellejada y sangrante.
Yo estaba paralizado.
Tras un año de vernos casi a diario, entre los dos había surgido una franca amistad. Pero el miedo me atenazaba. Sigue Leyendo...