El dolor insoportable en su espalda lo obligo a enderezarse de la cama, su mano izquierda busco el vaso con agua que había dejado durante la noche en la cómoda que se encontraba junto a sus aposentos. Bebió lo más rápido que pudo, mientras se quejaba de su tormento. La obscuridad en la habitación no dejaba ver a su alrededor, por primera vez Santiago sintió un miedo indescriptible hacia aquellas tinieblas que navegaban frente a sus ojos. Vacilo un momento y se pregunto si había alguien mas en la habitación, pero se convenció a si mismo de que era su torpe imaginación.
Se desplomo tal y como lo hace un peso muerto, abatido y vencido por la fatiga. Aspiro el olor a carne chamuscada que se asaba lentamente sobre los pequeños granitos de cristales de piedra. Así fue como, bajo el influjo del candente sol, escucho el refrescante sonido que hace el agua al recorrer su bravo camino. Se incorporo impulsado por su instinto de supervivencia y se abalanzo hacia un acantilado en donde el viento, imitaba el eco del líquido y atraía a los infelices moribundos a una muerte segura.