Como cada tarde al finalizar la jornada usaba el atajo que atravesaba por en medio del campus y se incorporaba a una calzada sorteando las colas de autopista a la entrada de su ciudad. Cada día pasaba por allí, había pasado cientos, por no decirlo, mil veces. Pero esa jornada, se detuvo justo al finalizar el campus. Junto a unas casitas unifamiliares que eran de profesores y cátedros. Todavía quedaba allí un promontorio sobre el que se divisaba al fondo un estrecho valle por el que discurría una concurrida autopista y al otro extremo del mismo, el límite de la gran ciudad.