Ya está.
Dillinger cerró el manuscrito con suma lentitud y de su boca salió un sentido suspiro de satisfacción.
Había concluido su alegato contra el mundo en él que le había tocado vivir y cerró sus ojillos durante un instante, embargado de placer y libre de todo remordimiento, incluso pena. Su carácter siempre había sido en exceso decidido y el motivo que alumbraba sus últimos días no inspiraba sobre sus actos ninguna clase de duda o vacilación.
A pesar del desastre que se cernía sobre él, sabía que había un solo camino, sin diatribas ni contemplaciones, y lo iba a recorrer en ese mismo día.