En la estación de Los Sentires, dicen que aparecen trenes inesperados, provenientes de destinos no señalados en el panel de las llegadas y que son trenes repentinos, que aparecen en instantes menos esperados, repletos de soñadores que vienen de un enigmático lugar costero llamado Silencio y que son jóvenes de ambos sexos, marineros de las ilusiones, que llegan en busca de vida.
Allí, en la estación de Los Sentires, hay múltiples esquinas que, ahora, a comienzos del invierno, se impregnan de vaho, de aromas perdidos y reencontrados, de humedad vegetal, de blanca neblina donde se escucha el gorjeo de las palomas, los ruiseñores, las alondras y los mirlos alrededor de una fuente dorada a donde acuden a beber ángeles de plata.
En una de esas esquinas, adornada de claras farolas encendidas rezumando diálogos con la luna, en un asiento a la intemperie, Elisa piensa y medita, sin que apenas se de cuenta del paso del tiempo, mientras construye numerosos barquitos de papel con folios en blanco. Ella no es consciente de la otra esquina, la que está jutno al café de los transeuntes, en donde un escritor de barba larga se enfrenta con el folio en blanco y comienza a escribir: “!Destellos de luna sobre los rieles! A lo lejos oigo el murmullo de una cabalgata consistente. ¿Será el tren de los soñadores que está llegando para paliar el desánimo?. !Destellos de luna sobre este café que me baila en los sentidos!”.
Elisa construye barquitos de papel a los que va poniendo nombres. Y, de pronto, llega el alba y la luz del sol enciende la estación de Los Sentires donde, !sorpresa!, hay miles de esquinas ocupadas por miles de jóvenes que están construyendo barquitos de papel. Algunos de ellos escriben poemas en sus folios blancos. Y hay uno, delgado y con cara de melancolía, que fabrica pajaritas… mientras más allá, a lo lejos, se oye ya claramente el ruido de las bielas. Es el tren de los soñadores que está cerca de hacer su entrada en la estación de Los Sentires. Se escucha, en este intervalo, una canción tan inesperada como el amanecer. Alguien se acerca a Elisa interesado en comprarle el barquito de papel que tiene por nombre Fantasía. Elisa sonríe y se lo regala. Un blanco diálogo escribe, mientras tanto, el escritor en su folio:
– Vengo a decirte que dentro de ti está la luz.
– ¿Y quién eres tú?.
– Un ángel de plata que bebe todas las noches de la fuente donde gorjean los pajaritos.
Elisa pone el último nombre a su último barquito de papel. Es un nombre tan inesperado como el tren. Pero igual de soñador. El último barquito de papel se llama Convicción. Mientras tanto ya todos los jóvenes de las múltiples esquinas de la estación están en plena euforia de construir barquitos, escribir poemas y hay uno que hasta fabrica pajaritas.
Después, Elisa se levanta reposadamente y se marcha a paso lento hacia el andén.
(Dedicado a ssshhh)