El copropietario del albergue, una pequeña empresa familiar de ámbito rural, había estado desde temprano faenando y ayudando en la casa de huéspedes, y como ya se había hecho la hora prevista, bajaba al comedor, a desayunar antes de hacer de guía para sus clientes, en una caminata, actividad de la casa; una ruta por el territorio.
Su compañera y también propietaria, esperaba, sola, en la entrada del albergue, ultimando detalles logísticos del trayecto, repasaba la ruta sobre un mapa cartográfico apoyado en un banco de piedra a escasos metros de la entrada, donde aún había sombra.
Faltaban escasos minutos para salir, y clima era propicio.
Algunos de los huéspedes ya iban saliendo, quienes la conocían se acercaban a ella, charlaban aspectos de la caminata, otros, daban unos pocos pasos más y esperaban en la zona donde el sol miraba sonriente, saludándose, tejiendo vínculos con el paisaje y con otros caminantes, los niños ya conectaban entre sí, de un modo bastante espontáneo.
Dentro de la casa, el copropietario, como de costumbre, tomaba los dos o tres últimos sorbos, de su taza de buen café según la publicidad del envoltorio; en una mesa, él solo. No sin exageración, gestualizaba amargamente el semblante, en evidente señal de desagrado y desaprobación, dándole involuntariamente un toque algo cómico, poniendo cara como de renegado: “¡Qué malo está esto!”
Dos mesas al lado estaba el pequeño Simón junto su madre, recién divorciada.
Estaban junto a otras pocas familias allí hospedadas, familias que no se conocían entre sí, que no se habían apuntado a la caminata, que andaban por la entrada a sus anchas, iban por las dependencias a sus quehaceres vacacionales.
Poco a poco se acercaba la hora de salida e iban saliendo, y el comedor quedaba bastante vacío.
Para esa jornada, Simón y su mamá, también se habían apuntado a la caminata. De algo menos de cuatro horas, por una zona que prometía ser muy bonita, con valles, y un lago en el que a los peces se les dejaba volver sanos y salvos a su casa acuática, tras una breve fotografía extrañamente abrazados por sus captores, que luego los liberaban, con delicadeza y gratitud por haberse prestado involuntariamente a tal acto.
La excursión era de dificultad mínima, según lo previsto, a medio día regresarían.
Ya faltaban pocos minutos para salir a caminar, tiempo para acabar de desayunar y que cierta persona acabara su buen café, y también, de poner mala cara.
El niño Simón miraba atento ese gesto que hacía el hombre a cada sorbo. Hasta que su curiosidad se activó, como un dispositivo recibiendo una señal. Así que miró a su mamá para consultar algo con discreción, exactamente como sintiéndose protagonista de una película de secretos, mensajes de oreja a oreja, y códigos en clave, y claves codificadas.
Simón estaba presenciando algo importante para su imaginación, y en voz muy baja arrimándose a su mamá, a ese aroma corporal, ese aroma materno tan familiar, entrañable, de confianza, y cariñoso, ese aroma de su brillante cabellera; se acercó a su inmensa gentil persona y:
“¡Mamá! ¿Quién es ése señor?”
“¡Es el dueño del albergue, será nuestro guía, nos acompañará para que no nos perdamos!”
“¿Y por qué pone esa cara cada vez que bebe de la taza?”
“¡No estoy segura hijo, pero creo que no le debe gustar el café!”
“¡Mamá! ¿Tú crees que a ese señor le debe gustar la miel del abuelo en el café?”
“Creo que también la debe detestar y por eso no la toma, ¡quién sabe!”
La excursión, con aquel guía tan peculiar resultó muy gratificante.
Buen texto. La escena está bien lograda. La falta de acción la suples por el interés que despierta saber cómo va a terminar. Un abrazo. Eso del café es muy propio para ubicar una trama. La excursión, que comienza por tener un primer lugar en el argumento, pasa a un segundo plano debido a cómo has llevado a cabo la traslación del interés hacia un punto determinado: el propietario y guía. Buen cambio de ritmo: del lento y pausado de la descripción pasas al ágil y rápido desarrollo del diálogo final. Me parece bien la propuesta. A veces sucede que los planos fluctúan y pasa a ser trascendente el plano secundario que alcanza al plano primario y lo sustituye en el interés del lector. Un abrazo cordial.
A mí también me ha resultado muy gratificante la lectura de tu relato y te lo digo de verdad y con la verdad por delante.