Sin que nadie lo pudiese augurar,
allá por el mes de octubre,
cual aureola que a California cubre,
vino sin misiva a quemar
¡todo lo que pudo abarcar!;
y la lluvia que brilló por su ausencia;
¡ah, que ironía que su presencia
en tal necesidad faltase!;
como si la naturaleza mandase
una adelantada sentencia.
Qué contrariedad tan viva y natural
venir a arrancar lo que ella sembró;
y entre murmullos digo yo,
que la vida ya no será igual
para la gente que vivió ese mal;
y hasta el pueblo mustio asegura
que no fue laudable donosura
que al fuego alimentara el aire;
que más bien le faltó donaire
a esas horas de amargura.
Los edificios que se quemaron
¡¡pocilga ahora pueden ser!!…,
porque los hicieron desaparecer
las llamas que los alcanzaron
con su caliente y bravo abrazo
transformándolos en nimios pedazos;
¡ah!, y el cristal que no se funde;
¡entre nimbos de humo se confunde!
dislate de víctimas y abrazos.
¡Oh!, viento cual fiel lazarillo del fuego,
soplando fuerte en su camino;
¡¡fatal y fugaz paso de remolino!!
que en su cruel y zafio ego
caminase en su paso ciego
dejando gente en sordidez;
¡oh!; ¡lumbre que con atroz solidez
sin compasión en California destruyó
lo que en su cálido andar encontró
junto al seco estío a su vez!