Cuando él se levantó con la clara intención de marcharse de allí, todos los contertulios desearon, en su interior, acudir prestos a retenerle para evitar que saliese por la puerta y los abandonase después de haberlos perdonado a todos ellos. Pero ninguno de los allí presentes se atrevió a elevar la voz en una súplica de consuelo. Todos tenían en su conciencia el sentido de ser culpables, mas todos volvieron a la charla contaminosa, a la absurda elocuencia disipadora para ocultar su anterior silencio. Él salió de allí y se marchó. Todos desearon infinitamente que volviese pero el nunca regresó. Estaba ya demasiado lejos y había perdido la memoria.