Canta la alondra viajera de los sueños en la sombra, bajo los cielos y las nubes que se acaban de despertar para darle la bienvenida. Despierta… que las montañas han liberado las imágenes de la profunda taquicardia del alba celeste. Tictac. Ya maduran los cipreses que alargan sus sombras en los cementerios mientras gorjean las palomas zuritas y suenan las campanas del amanecer.
El granado corazón de las verdes cabelleras del trigo eleva su canto al mismo tiempo que va creciendo el nivel en las riberas del río donde alguien está escribiendo versos. Brisa un aire sereno por cada una de las sílabas del poema (Alba de las mañanas blancas / son tus luces el camino / y mi destino / cruza las calles anchas / para verter su contenido / en las mujeres sin manchas).
En el aire hacen escorzos las hojas secas que caen desde los pinos que elevan sus cantos al cielo. Escorzos diáfanos que dibujan en la atmósfera los sueños de cada verso.
Pasta el sol en el bosque y, entre las hayas, crecen juncos que se rodean de párpados somnolientos de los últimos jilgueros del anochecer. El secreto arroyuelo sumerge entre los pájaros todavía dormidos… y al filo de los sueños secretos, existe una doncella…
Ella se baña, entera y desnuda, en el avivamiento de la inusual alborada del amanecer. Y un manojo de amapolas le lleva el poeta para que tenga recuerdos de la nocha pasada. Y mientras los pueblos despiertan ya la chiquilla se ha ido hacia el abismo de los poemas: para verte más completa / traigo un espejo de metáforas / que guardo entre las ánforas / con las que crucé la meseta…
Cae la lluvia mientras canta la alondra un loco romance de nombres solo conocidos por el viento del atardecer… cuando ya ella y él se han fundido en un solo silogismo de diásporas palabras… y el carretero sigue el camino silbando una copla de Castilla…