Carboneros

En aquellos tiempos infantiles era una delicia ir a comprar carbón y astillas a la carbonería de la acera de enfrente, en la madrileña calle de Alcalde Sáinz de Baranda número 56, la que se encontraba al lado de Transportes Ochoa y en donde yo me quedaba admirando aquella colección de cromos de toreros de color azul sepia que estaba verdaderamente muy completa y pinchados los cromos con chinchetas en la ennegrecidas paredes.

Pero era mucho más angustioso cuando nos mandaban a comprar a la carbonería de la madrileña calle de 12 de Octubre, situada muy cerca de la casa de Gabriel Muriarte y por donde yo había visto pasar, alguna vez que yo recuerde, a Lesmes II, un entonces futbolista profesional del Real Madrid que lo había fichado del Real Valladolid donde jugaba de defensa lateral izquierdo y tenía bigote.

Su hermano gemelo Lesmes I, que también tenía bigote, siguió en el Real Valladolid donde jugaba de defensa lateral derecho (Lesmes I, Solé, Lesmes II para quienes tengan suficiente memoria).

Y es que era muy cansado aquello de transportar el cubo de picón o almendrilla cogiéndolo por el asa; pues parecían como si nos hubiesen cargado con diez toneladas de pensamientos y no me refiero a las flores precisamente. Pero éramos felices con aquello de me canso me canso que decíamos cada treinta pasos más o menos. Eso sí. Nunca el mayor hacía ningún recado, ni de comprar carbón y astillas ni ninguna otra cosa.

Entre los cromos de los toreros y los cromos de los artistas y las artistas de cine (¡colección muy completa de La Piluchi!) yo me fijaba, también, en los calendarios de pared de las carbonerías, donde aparecían modelos femeninas bien vestidas más o menos; por aquello de la decencia y la moral. Así que elegí enamorarme de una modelo de mujer que, además de modelo, fuese virtuosa… porque siempre he sido de los que han dicho que la mayoría de las modelos son más guapas que la mayoría de las actrices (salvo algunos honrosas excepciones).

Y por allí andaba yo bajando a las carboneras de Alcalde Sáinz de Baranda número 56, buscando a mi abuelita Rufina que partía tan hábilmente las astillas de un solo golpe con aquel enorme hacha mientras no hacía caso a lo de “el hombre del saco”, “el coco” y “los sacamantecas”. Echándole valor me entretenía en buscar a mi abuela en aquellos tétricos pasadizos hasta que daba con ella. Y siempre mitad niño y mitad poeta soñando… soñando con los ojos bien abiertos siempre.

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