Estimada Carolina:
Hoy te escribo con una dosis extra de congoja y confusión vehemente. No ha mucho de la postrer carta que os he enviado pero ya tengo otra en proceso de redacción para vos.
Hace tanto que no te veo pero estos ojos no olvidan jamás tu silueta. Quisiera contarte esta vez alguna historia divertida de mi vida, decirte, por ejemplo, que ya no sos la única, que tengo millones de amigos; pero no, vos sabes que no es verdad. Más bien quisiera, mediante este escrito dar fe de que existo, que sigo habitando el mundo de los vivos.
Vos sabes que esta cuestión me ha trastornado siempre, que la existencia de este mundo me inquieta horrores, que la propia me desconcierta y no atino a precisar, a establecer el límite para con la ficción de mi mundo de ideales. Pensá un momento Carolina y decime en forma sincera si ves en mí un agudo caso de esquizofrenia, de enfermedad mental; decime si todo este devaneo onírico, si este deambular por las solitarias y frías tierras de la incertidumbre, este caminar sobre la fina línea entre la realidad y la fantasía no es jugar a la cuerda floja teniendo debajo un abismo. Yo lo sé Carolina, siempre con lo mismo, pero no puedo hablarte de otras cosas, digamos que para mí la banalidad de las comunes cosas hace mucho dejó de importarme. Vamos, no voy a ponerme filósofo, y menos cuando me conoces tan bien, cuando sabes que no sé distinguir a un fundamentalista de un ortodoxo, cuando sabes que para mí la Metafísica es como hablar de tecnicismos a un agreste hombre sin instrucción. Es sólo que ya no puedo pensar en las mismas cosas que antaño, ya no me es posible hablar de de digamos lo bien que pinta el futuro para Carmelita, tu hija predilecta, sin asociarlo de inmediato a la razón de que ella “viva esa vida” que tan bien le trazas con tus optimistas planes e ingenuas promesas.
Pero basta ya, aquí me termino estas líneas. Me es imposible seguir sin tenerte enfrente y saber que me escuchas. Aunque mejor será que no hicieras tanto caso de lo que dicen ellas. Piensa, por ejemplo, que te hable de triviales asuntos, que sólo quería saludarte, decir hey!, hola! Saber “cómo estás”, por decirlo del modo que se acostumbra en estos tiempos. Piensa eso y, que además, contenta, te sonríes, sabiendo que alguien pregunta por ti. Ciao Carolina, me dio gusto saludarte.