Te has ido, Damián, sin decir adiós a nadie. De la misma manera silenciosa con la que viviste. Quizás ya tu memoria no pueda recordar y sólo quede tu espíritu blanco, como blanca siempre fue tu vida. No importa que te hayas ido sin decir adiós. No es necesario. Tu silencio forma parte de tu saludo. Sé que cuando leas estas letras (por que estoy seguro que de alguna manera las leerás) podrás volver a recordar y sabrás quien soy. Muchos días estuvimos sentados muy cerca en el Studio 3 Cafe. Yo tomando mi desayuno y leyendo la prensa mientras tú sonreías al vacío de tu niebla. Quizás recuerdes aquel día en que me acompañaba Liliana. Te quedaste mirándola y la sonreiste.
– ¿Quién es? -me preguntó
– Un ser demasiado humano -contesté
– ¿Y por qué me sonríe?
– Porque te ama
– ¿Y eso?
– Es que es inocente
– ¿Como un niño?
– Más que un niño.
Quiero decirte que ni a Liliana ni a mí nos molestó que la amases a través de tus sonrisas. Sabemos que amabas a todo lo que te parecía hermoso. Amabas a los niños de los juegos sin malicia; amabas a los perritos vagabundos que venían a olisquear tus sencillas y desgastadas sandalias; amabas a las tenues salidas de los rayos del sol; amabas a las palomas… amabas a todos los seres y las cosas que te rodeaban sin importante, nunca, las burlas de tantos que con dureza de corazón te maltrataban llamándote tonto. Pero tú nunca respondiste con palabras de dolor. Quizás nunca conociste el dolor. Feliz tú. Y perdónalos desde donde quieras que esté. Perdónalos porque no saben lo que dicen ni lo que hacen ni lo que piensan ni lo que sienten. Viven la sinrazón de creerse vanidosamente sabios.
Hoy he preguntado a quienes te estimaban (que eran bastante más de los que puedas creer) por el lugar donde va a ser enterrado tu cuerpo. Así que mañana, ya conocido ese lugar, me acercaré a tu fresca tumba y depositaré en ella esta carta y un dibujo que he pintado para ti. Eres tú. Tú de niño montado en un caballo de cartón (Era un niño que soñaba un caballo de cartón… escucho al poeta cantar en mi conciencia…).
Nadie supo en realidad la edad que tenías. Yo imagino que tenías la edad de los que aman sin maldad; la edad de quienes viven sonriendo mientras los demás pelean por unos pedazos de gloria efímera. Me gustaría ser Juan Ramón Jiménez para regalarte a Platero, pero no soy Juan Ramón Jiménez y sólo puedo ofrecerte este caballo de cartón. Estoy seguro, sin embargo, que tú sonreirás cuando lo veas y se producirá el milagro de que lo convertirás en Pegaso. Así que no te detengas. Monta feliz en tu Pegaso y cabalga de estrella en estrella. Perdona si en esta vida no pude hacer más por ti…
Yo seguiré todas las mañanas tomando mi dulce café con leche en Studio 3 mientras leo en la prensa tantas extrañamente absurdas noticias. Adiós, Damián.