Hace años, en el centro de un continente multinacional, había dos países colindantes entre sí. Uno era el Reino de Jululandia y el otro la República de Bululandia. En el Reino de Jululandia gobernaba el Monarca Barbazul. La República de Bululandia estaba gobernada por el presidente del único partido legalizado, el señor Granadov. A pesar de ser regímenes tan dispares, los intereses (económicos sobre todo) hacía que tuviesen buenas relaciones y, salvo algunas pequeñas escaramuzas de espionaje y otras cosas de poca monta (que se solucionaban diplomáticamente en pocos días) el tránsito entre ambos países era fácil. No eran amigos ni enemigos y se soportaban mutuamente bien. El resto del continente era un complejo de muchas Repúblicas Democráticas de pluralidad de partidos y habían acabado con las fronteras entre ellos creando una Unión Democrática de Países Libres.
El caso es que resulta que, según cuentan los historiadores, en el Reino de Jululandia había una gran multitud de clases sociales pero la más sobresaliente era la llamada “clase de los nobles” y a esta clase pertenecía una viuda todavía bastante joven y hermosa que se llamaba la Marquesa de Miraflores. Estaba todavía de buen ver pero lo que ella ansiaba era casar a sus dos lindas hijas (en edad de 20 años) con príncipes, duques o condes. Estas hijas eran gemelas y se llamaban Flora y Florinda respectivamente. Eran guapas y de fino pèrfil corporal, pero excesivamente cursis y muy acomplejadas con respecto a las clases sociales medias y bajas. Ellas sólo aspiraban a vivir siempre en la clase alta de los nobles.
Uno de los caprichos de la Marquesa de Miraflores era casar a alguna de sus dos hoijas con el hijo del Monarca Barbazul, conocido como el Príncipe Azul, que era un juerguista mujeriego de aquí te espero y se pasaba la vida de orgía en orgía. Eso a la Marquesa le tenía sin cuidado con tal de que una de sus hijas fuese la esposa del Príncipe Azul.
Entre la servidumbre de la Casa de la Marquesa había un jardinero de 25 años de edad, alto, guapo, fuerte, varonil… pero de la clase muy baja. Este jardinero trabajaba sin desmayo alguno en los enormes jardines de la Casa de la Marquesa por un buen sueldo con el que estaba ahorrando dinero para comprarse un camión y recorrer el mundo con él dedicándose al transporte de lo que fuese necesario. Amaba mucho la libertad y era un empedernido fumador de cigarrillos. Por esto último era conocido por todos como Ceni (Ceni de Ceniza por supuesto).
Resulta que entre la serrvidumbre d la Casa de la Marquesa también había una sirvienta de la clase media que trabajaba sin desmayo para ganar un suculento sueldo y con ello se pagaba sus estudios en la mejor Universoidad del Reino, la universidad a la que acudía la clase alta del país. Esta doncella era conocida por todos como Cienta por los cientos de trabajos que tenía que hacer obligaroriamente para ganarse un sueldo suculento. Era muy hermosa, bellísima y tenía un cuerpazo tan sensacional que todos los que la conocían quedaban profundamene enamorados de ella. Flora y Florinda la tenían tanta envidia que no hacían más que mandarle obligaciones caseras para que no tuviese tiempo de ligar. Pero ella se sentía feliz ya que estudiaba en la mejor universidad del Reino.
Cin el trajín de las labores domésticas y jardineras ocurrió que un día se encontraron frente a frente Ceni y Cienta y el amor a primera vista surgió de inmediato… pero sus obligaciones hacían que no pudiesen tener tiempo para ligar…
También resulta que los compañeros de clase alta de la Universidad donde estudiaba Ceinta se habían fijado inexorablemente en ella y andaban todos esforzándose en conquistarla. Esto llegó a oídos del Príncipe Azul que pidió a algunos amigos que la fotografiasen. Cuando vio a Cienta en fotos quedó totalmente hechizado por su hermosura.
– Cuidado Príncipe -le dijo su mejor amigo- que esa chica tan guapa y buenísima pertenece al grupo de los alumnos más rebledes de la universidad. Son los llamdos republicanos que desean que el Reino se transforme en República Democrática y se una a la Unión de Paises Libres.
Este aviso sólo sirvió para excitar más el morbo del Príncipe Azul que se juramentó conquistar a Cienta y hacerla Princesa.
Para logar conocerla ideó una fiesta palaciega que duraría toda una noche entera (hasta la madrugada) y envió invitaciones a todas las mujeres hermosas del Reino. Entre estas invitaciones estaban las enviadas a la Casa de la Marquesa de Miraflores para la propia Marquesa, para sus dos hijas Flora y Florinda y para la bellísima Cienta…
(Continuará)
Aquí se percibe culebrón del bueno…jajaja.
Saluditos Diesel.