Leía yo las columnas diarias de Martín Chirveches cuando en el reloj de la Torre de Mangana sonaban las doce del mediodía y en la huerta del tío eulogio me convertía en pirata con bandera roja ante el estupor y la sorpresa de las monjas del convengto. La figura torera regional era un tal Jiménez y Caracenilla vendía sus productos coloniales en su tienda de ultramarinos. Por las noches un desconocido guitarrista intentaba enamorar a las chicas con aquello de “de piedra a de ser mi cama de piedra mi cabecera la mujer que a mí me quiera a de quererme de veras”. Yo no. Yo nio tenía más que Sueño y con las fichas del dominó de la vida de las tabernas componíavijaes a través de mis mundos (distintos a los de aquel guitarrista pero aún más duros) y en las escaleras de la vivienda hacía bajar a los ciclistas de mi imaginación en un “tour” de escalón en escalón dejando al jactancioso guitarrista en el olvido.
no faltaban nunca las piruletas que me regalaba mi abuela y había un olor a judías verdes en el soportal donde la tía María calibraba los pesos con la romana. Martín Chivrveches narraba las crónicas de la ciudad y yo las leía para emprender aquel tiempo con la Nati porque sólo éramos futuro. Lejos de las envidias de los de la San Pedro siemrpe era yo un pirata convertido, ahora, en bandolero de los del trabuco, paseando por las retorcidas calles de Cuenca con las manos en los bolsillos, recorriendo la Carretería, pasando por el Cine Xúcar y bajano por las curvas de la Virgen de las Angustias hasta desembocar en el juego de bolos populares. Esas eran sólo unas pocas de mis referencias vitales. Por el Puente de San pablo yo cruzaba por las tablas descompuestas y Antonio Saura descomponía su pintura surrealista para dedicarse al informalismo gestual abstracto y a la figuración austera y dramática (que observaba yo en su colección de botijos) intentando dibujar las crónicas de Martín Chirveches y luego, en el taller de Rafa, lleno de virutas de las maderas, yo componía dichas crónicas paraformar, con todas ellas, materia prima para los dedos imaginarios que escribiían cuentos. Sí. Estaba yo con los dados echando suertes para ver qué cartel componía con Antonio bienvenida, Curro Romero y el novel Jiménez. ¿Y quié era yo en aquel ruedo ibérico conquense?. Yo era el niño-poeta que componía mis horas bajo el olor a tierra mojada y componía versos bajo la luna del anochecer. Martín Chirveches, por la emisora de radio, explicaba a los conquenses que una especie de ángel guardaba sus sabores ácidos para sus adentros y yo, compensando la imaginación de mi corazónj, me convertía también en cr5onista de ilusiones mientras seguía componiendo, con los dados del azar, los carteles taurinos de mi imaginación. Seis toros que lidiar cada día. Y siempre en la Fuensangta para sentir aquel mi fútbol de aficionado pero jamás entré allí porque jamás deseé ser un prfesional de los balones. Lo mñio era un juego de pelotas a mano que convertía en molinos de papel con mis poemas. Alguien encontró algunos de ellos enredados en las jaras y las retamas de los cerros conquenses y Maertín Chirveches narraba una historia en la ciudad con mis cuentos imaginarios que yo había convertido en cantos bajo la luna. Pero no. No era yo el guitarrista que quería conquistar a las chicas de la barriada. Arte. Sólo era Arte de Comunicación entre mis tierras y los mares del más allá. Federico Muelas fue testigo. la vida sólo consistía en pasear por los callejones de las noches convertidos, poco a poco, en hombre nada más. Por los rincones de Cuenca vieron pasear a mis poemas dentro de los bolsillos de mi humilde pantalón. La luna blanca recogía mis versos y los bañaba de plata en las noches mientras me sentaba en el puente de piedra. martín Chirveches, todas las mañanas, me saludaba a través de sus crónicas sin saber quién era yo. Fedrico Muelas observaba, con estupor, cómo los verbos de mi alma entraban a formar parte de la Fantasía creando un poema universal con las luces del alba y el paseo entre los perales. Hasta José Luis Perales vio la luz de esos poemas que conocieron todos los rincones de Cuenca; sobre todo aquellos de los tejadillos que se besaban formando un arco triunfal en donde yo le´´ia novelas por entregas y jugaba a ser bandolero asaltando a los puritanos del rosario en mano. Y es que era un aépoca en la que siempre tenía algo de incendiario. Sí, Quemaba a las hipocresías y Martín Chirveches las interpretaba en sus columnas diarias, Federico Muelas las adobaba con toques poéticos y José Luis perales las cantaba más allá del silencio. Yo era el silencio. En la Catedral nunca supieron quién escribiía versos en la noche, al lado muismo de sus muros.Y Chirveches se interrogaba diariamente “dime quién era el que te mandaba flores en la primavera”… mientras el obispo de la diócesis se ofuscaba porque también él habría querido saberlo. Y eso era porque el obispo de la diócesis de Cuenca no sabía que yo paseaba por las retorcidas calles conquenses y por aquellos rincones nunca osaban entrar los eclesiásticos. Hasta que un día ella me encontró en el baile de la fiesta… me descubrió… y se quedó soñando… imposibles…