Alguien dejó escrito que “si el lenguaje es la casa del ser, el viento se ha llevado el tejado y las palabras parecen niñas perdidas bajo la lluvia”. A mí se me ocurre pensar en la soledad del escritor y su búsqueda de participación. Y en ese sentido yo asemejo al escribir como la esforzada tarea de buscar saltamontes porque son saltamontes los conceptos, escribir es buscar cigarras porque son cigarras las ideas; escribir es buscar el devenir de todo lo transeúnte que tienen las frases que nos sirven de cobijo para algunos puntos expansivos de nuestro continuo pensamiento… porque en realidad no existimos salvo en las palabras de nuestras bocas (agitadas por el viento como marionetas sin hilo) y en esas palabras que se escriben como caprichos de nuestra ansiedad, confirmadoras de siluetas de alguna trascendental belleza asustada. Es el miedo de quedarnos solos.
Es el íntimo recuerdo que cuelga de la memoria de un renacer junto a un jarro de cerveza, un café caliente, quizás el humo de un cigarrillo clandestino y el misterio de la noche de todas nuestras preguntas que sólo son palabras de lo inevitable de nuestro ánimo. La síntesis de algún dolor, de alguna alegría, de esa perenne angustia reflejada en el cóctel estético de algún canto inacabado que ansiamos dejar representado en la hoja blanca, en la pantalla del computador, en el blog de los internautas, en la mente de nuestros congéneres lectores. Escribir es un asunto íntimo para aliviar lo trágico y lo cómico, lo humano y lo divino, lo delicioso y lo depresivo… lo total y lo parcial de nuestras circunstancias…
Escribir para destruir la realidad y seguir jugando con la tarea de construir una búsqueda de la utopía fantasiosa o de la fantástica sensación de que nos secuestran las sirenas de nuestra propia voluntad para ser escuchadores de millones de voces seguidas del silencio; grillos ruidosos que flotan en el aire sin destino; almas de lluvia refugiadas en nuestra isla solitaria como esencias de jeroglíficos errantes; páginas prendidas en un seguir soñando.
Y desaparecemos entre la sombra pasajera del idioma como una melodía de otro mundo.