Y aquí está, al lado de mi edad (como aurora del día de los inicios), el sueño de sus ventanillas de cristal y el torbellino de sus cromadas bielas. Aquí está, al lado de mi tiempo, para comenzar el camino de mis pensamientos; mientras un pájaro (sueño cansado) entorna sus párpados y yo le reconozco porque es tan tímido y humilde como un gorrión.
Me levanto. El vaso de cristal descansa (medio vacío de líquidas propuestas) junto al penúltimo cigarrillo que dejó de existir, y dormitan (hirsutos sobre el mantel) un viejo pescador y un pez espada (el viejo y el mar) que ilustran la lucha solitaria por la vida y las vanas ilusiones del hombre frente a su destino: un amarillento recorte de papel que entreteje las ideas de un lejano periodista con el sueño de un joven de veinte años que desea sembrar el mundo con gorriones.
Ahora que comienzo a caminar (ansioso y ansiado de esperanza y luz) siento que soy algo así como una hora verde o una esmerilada audiencia de sentires flotando en la neblina de lo imaginario, al mismo tiempo que mi pie (hollando el umbral de este nuevo espacio repleto de miradas sin final) siente sobre él, tan anticipado como está, la luna que brilla en este cielo estrellado como la diosa que iluminó mi primera noche de conciencias.
Cae la lluvia. Esta lluvia, remotamente antigua, que trae olor de siglos a mis sentires de futuro… más apenas oigo el ruido de las gotas ancestrales pues me encuentro en la corta eternidad de esta hora. ¿Esta hora?. No. Este ahora. Este ahora en que tropiezo con un niño dormido bajo el translúcido plático túnel de sus preguntas; con ese niño que descansa en la quietud de aquellas interrogantes pespunteadas bajo las tardes en que el vuelo de las alondras se mezclaba con la triste mirada de los caracoles. Mas ya no tengo el paso detenido sino que lanzo todo mi equipaje hacia el inédito horizonte de los navegantes terrestres que, por primera vez, oyen sirenas de destino reclamando (ellas) la continua recreación del neomítico Orestes…
Por eso todos los colores de las agrecadas cenefas del jarrón convergen en un punto de encuentro llamado crátera, para beberse las cromáticas esencias del hisótropo big-bang. ¿Hisótropo big-bang o heliótropo big-band?. Es lo mismo. Nacimiento y musicalidad siempre unen nuestras conciencias.
(Fragmento número 2 de La última frontera, de Diesel).