Jesús Lloréns me dice que ya ha terminado su periplo por aquí. Me ruega que vaya con él a sus misiones. Yo le agradezco la oferta pero le digo que no; que mis Sueños y mi Destino son otros. M epregunta cuáles son esos Sueños y cuál es ese Destino. Sonrío. Sólo le digo que mi próximo sueño es visitar Madagascar pero que no tengo ni un céntimo en el bolsillo. Jesús me dice que espere sólo una hora. A la hora exacta, minetras yo sigo sentado en el malecón de Port Elizabeth mirando al mar, apareece Jesús y me entrega un billete de barco y un buen fajo de billetes de euros. No sé cómo se lño voy a devolver pero él me abraza amistosamente y me indica que no es necesario, que ya le he dado yo mucho más a él. No lo entiendo del todo, pero solo guardo silencio… y Jesús monta en su bicicleta rumbo a Kimberly.
Yo subo al barco. Es un navío de lujo y todos y todas me miran como a un bicho raro porque voy mal vestido según ellos. No saben que llevo en el bolsillo izquierdo de mi humilde pantalón quizás más dinero que todos ellos juntos o al menos tanto dinero como el que más. No me importa que me miren como a un bicho raro ni que se aparten de mí cuando paseo por la borda. Mi sueño es mi sueño y no me lo van a robar. Yo tengo mis Sueños y mi Destino. Y mi sueño, ahora, es Madagascar para conocer algunas de sus leyendas más antiguas para poder, luego, contárselas a mi princesa por las noches en Madrid. Mi princesa es mi esposa Liliana (Lina cuando estoy en los momentos más poe´ticos de mi existencia). Y zarpamos hacia Madagascar.
Madagascar forma un pequeño continente en sí mismo. Sus diferencias respecto a su gran vecino (Islas Mauricio que me gacen recordar a un joven futbolistas ecuaoriano de poco estilo y sólo un trotón) se ven qacentuadas por el hecho de que su población conserva una lengua y una cultura de origen indonesios.
No hay duda de que el malgache es una lengua autónoma. Como me gusta a mí ser. Libre. Autónomo. Casado con la Libertad y ligado a la Autonomía que me dan un verdadero matrimonio cristiano. Recibo un catálogo escrito en malgache y traducido al español por no sé cuál misterio o milagro. Lo leo. Se titula “Los nombres der Madagascar”. Y dice así: “En el siglo XIII, Marco Polo, a partir de algunas informaciones recogidas en la India, se hizo eco de una ran isla situada al este de África. La denominó “Medeigascar” o “Mogelario”. Sin embargo, la descripción que hizo muestra que la confundía con Mogadiscio, en Somalia. Los árabes, que conocían la isla, la llamaban Komo o Buki. Sin embargo, será Madagascar el nombre que se imponga, y no el de “isla de Sao Lourenço” (como la nombraron los portugueses en 1507o “ile Dauphine” (nombre que le dieron los franceses en 1665). Tampoco está claro el origen de la apelación “malgache” (o “madécasse” o “malagasy” en el habla local) utilizada por los europeos a partir del siglo XVIII. Saber que estoy en Madagascar me trae a la memoria vierta aventura con una señoa francesa en un avión de “Iberia” con rumbo a Ecuador. Y me entra una amplia sonrisa cuando recuerdo cómo aquella francesa (que era ya de edad madura) sequedó con la boca abierta…
Desembarcamos en Majunga y compro un billete de autobús hacia Tananarive (la capital de Madagascar). Una vez en Tananarive entro en un bar humilde, pido un café con leche u me siento tranquilamente volviendo a sonreír recordando aquella anécdota con la profesroa francesa a la que le endilgué historias de las reinas Ravanarola I (que cerró las escuelas y expulsó a los europeos), el rey Rainilaiarivony (esposo de tres reinas sucesivas y que modernizó el país convirtiéndolo al protestantismo aunque tuvo que aceptar el protectorado francés) y la reina Ravanarola III (que abolió la esclavitud). Ahora sí que me río abiertamente al recordar, de n uevo, a la vieja maestra francesa quedándose con la boca abierta.
Al poco tiempo se me acerca una hermosa mujer malgache y me dice que si puede sentarse junto a mí. Veo que tiene buenas intenciones y le digo que sí. Es entonces cuando me cuenta las tres leyendas de Madagascar que andaba yo buscando:
Primera Leyenda:
Cuentan que el primer hombre que Zanahary1 puso sobre la tierra se
llamaba Ietse. Vivía feliz: no tenía que trabajar para ganarse la vida, porque
1Zanahary, «el Creador» le hizo libre e inmortal. Zanahary le daba todo lo que necesitaba. Y se divertía haciendo estatuas de
madera. Un día, Zanahary dijo a una de sus esclavas:
– Quiero que te cases con Ietse.
Pero la esclava le dijo:
– ¿Y si no me quiere?
– Bueno, lo veremos. Lleva estas calabazas contigo, y cuando llegues allí,
destapa la primera. De esta manera, harás salir el frío; Ietse tendrá frío, y se
acercará para calentarse entre tus brazos. Si no lo hace, destapa la segunda
que contiene el calor. Te necesitará para que le des un poco de aire fresco.
Si no lo hace, destapa la tercera, que contiene la sed. Te pedirá agua. En el
caso contrario, coge la cuarta y libera el hambre, y prepárale una comida. Si
no come, deja salir los mosquitos de la quinta calabaza; te pedirá tu lamba3
para protegerse contra ellos. Si no lo hace, coge la sexta, que contiene los
picores. Entonces, muéstrale este ungüento contra los picores. Si no te hace
caso, destapa la séptima calabaza y libera el enojo. Se sentirá tan aburrido
que escuchará tus historias. Pero si no lo hace, libera la risa de la última
calabaza; Ietse no la conoce todavía y cuando te vea reír, intentará aprender.
¿Entiendes?
Así que la esclava se fue a ver al hombre. Sin embargo, sus reacciones
fueron diferentes. Contra el frío, Ietse encendió un fuego. Contra el calor, se
sentó bajo la sombra de un árbol. Contra la sed, se fue a beber el agua del
ravinala. Contra el hambre, se comió un plátano. Contra los mosquitos, se
puso a correr para escapar de sus ataques. Contra los picores, se rascó con
un tronco de árbol. Y cuando la risa salió de la última calabaza, se tapó las
orejas y cerró los ojos. La esclava se desesperó y volvió al cielo para relatar
todo lo ocurrido.
Entonces, Zanahary llamó a su hija preferida, llamada Velo, y la envió a la
tierra. Velo se vistió con un magnífico lamba de siete colores y bajó a la
Lamba, atuendo tradicional malgache. Se trata de una tela de unos 1,80 m. de
largo por unos 0,90 m. de ancho, que las mujeres llevan como un echarpe en los
hombros. Es mucho más ancho para los hombres, y les cubre hasta las rodillas. En
general, lamba designa la ropa, el vestido y también el tejido.
Ravinala, árbol endémico y simbólico de Madagascar. Lo llaman «árbol del
viajero» porque, cuando llueve, acumula agua de lluvia entre sus hojas colocadas en
forma de abanico. Crecen sobre todo en la parte occidental de la isla y la gente bebe
esta agua cuando está en la selva. Con sus largas hojas se hacen los techos de las
casas en las costas.
En cuanto la vio, Ietse se enamoró de ella, así que no tardaron en
casarse. Ietse dejó de hacer estatuas y se pasó el tiempo contemplando a su
hermosa esposa.
El tiempo pasó, y un día Velo le dijo a su marido:
– Me estoy aburriendo porque no tenemos nada que hacer; ni siquiera
puedo jugar con tus estatuas porque no tienen vida. Voy a ver a mi padre
para que les dé vida.
Y Velo subió al cielo. Pero en cuanto se fue, empezó a llover en la tierra. Y
le dijo a Zanahary:
– Quiero que animes las estatuas de Ietse porque me siento aburrida en la
tierra.
Entonces, Zanahary le dio una calabaza llena de vida y le dijo que la
vertiera sobre las estatuas. Velo le dio las gracias y regresó a la tierra. Y
cuando volvió, el buen tiempo volvió con ella. Las estatuas cobraron vida y
fueron los primeros hijos de Ietse y Velo. Y los años pasaron, pasaron. Un
día, Ietse murió. Su mujer no quería quedarse sola en la tierra, así que volvió
al cielo.
Dicen que, desde entonces, cuando los hombres estornudan, dicen «Ietse»,
para recordar a su antepasado. Y los demás le contestan «Velo!».
También dicen que de vez en cuando se puede ver el vestido de siete
colores de Velo cuando ya no va a llover, y es el color del arco iris.
Segunda Leyenda:
Dicen que, al principio, Zanahary tenía dos esposas, Ratany5 y Ralanitra6.
Un día, decidieron tener hijos, y Ratany modeló en barro la imagen de una
niña. Zanahary le insufló su aliento, y la imagen cobró vida. Cuando se hizo
mayor, recibió una casa y vivió allí sola. Cada noche, Zanahary llevaba un
hombre a casa de su hija, pero Ratany no lo sabía. Algún tiempo después, la
muchacha se quedó embarazada. El tiempo pasó, y cuando se acercaba el
día del parto, Zanahary dijo a Ratany:
– Voy a por mi otra esposa para que cuide de nuestra hija el día de su parto.
Ratany no dijo nada. Y llegó el día del parto; era viernes. La primera
esposa de Zanahary llegó de verdad, y fue ella quien cuidó de la recién
nacida hasta que se hizo mayor. La niña tenía exactamente la misma
apariencia física que su madre Ratany.
Los meses y los años pasaron, y la hija de Zanahary tuvo otro parto; esta
vez fue un niño. El tiempo siguió pasando, y tuvo otros partos. Los nietos de
Zanahary, que llegaron finalmente a ser ocho, iban creciendo, haciéndose
mayores. Eran cuatro varones y cuatro hembras.
Y Zanahary dijo:
– Los niños tienen que irse ahora, porque ya son mayores y numerosos; irán
por parejas y yo los repartiré de esta manera: los dos primeros se casarán e
irán al oriente; los dos segundos harán lo mismo e irán al norte; los dos
terceros igualmente, e irán al sur; y los dos últimos se casarán e irán al
occidente.
Los niños no dijeron nada, a pesar de que sabían perfectamente que los
hermanos no debían casarse entre ellos, y obedecieron a Zanahary. Cada
pareja se multiplicó rápidamente, en el sur y en el norte, en occidente y en
oriente. Los años pasaron, y un día, Zanahary fue a ver a la última pareja y
les dijo:
– Me he enterado de la maldad de vuestros descendientes; no entiendo nada
de sus comportamientos: son muy duros y perversos, no se respetan;
tampoco respetan a los mayores. Voy a exterminarlos. Pero quiero que
construyáis un gran barco, y que llevéis con vosotros a los que acepten
acompañaros. Y yo os salvaré.
Los dos esposos escucharon los consejos de su abuelo, y empezaron a
construir el barco. Cuando lo acabaron, entraron en él con sus cebúes. Pero
ninguno de sus familiares les hicieron caso, ni siquiera sus propios hijos.
Entonces, la lluvia empezó a caer durante mucho tiempo, provocando una
7 En la etnia sakalava, es común que los padres construyan una casa a sus hijas
cuando cumplen edad para que vivan por su cuenta y aprendan a cuidar de sí
mismas. Hubo un Gran Diluvio. Todos perecieron, y los dos esposos fueron los únicos
supervivientes. Y a ellos los cristianos les llamaron Adama y Eva. A sus
descendientes se les llamó olombelo; a medida que el tiempo fue pasando
fueron multiplicando. Se dice que, cuando un olombelo muere, su cuerpo
debe ser devuelto a Ratany, su madre. Y Zanahary acoge su alma en el
cielo.
A mí, me lo contaron; si es mentira, no es culpa mía, sino de los
antepasados.
Tercera Leyenda:
Cuentan que, antes, había sólo un ser vivo en la tierra. Se llamaba Ratovona
y pasaba su tiempo haciendo cosas con pedazos de madera y con arcilla.
Dicen que era un artesano muy inteligente, con gran capacidad para inventar
y crear objetos. Un día, Zanahary vino a verle y le preguntó:
– ¿Qué tal Ratovona, qué estás haciendo?
– Estoy trabajando. Mira las cosas que he creado.
– ¿Sabes, Ratovona, que eres creación mía?
– ¿Cómo? —replicó Ratovona.
– Te esto y diciendo que te he creado. Tú eres mi creación —dijo Zanahary.
– No, no me has creado, me he creado yo mismo.
– ¡Mentira! Yo te he creado.
– Lo siento, Zanahary, pero no me has creado —insistió Ratovona.
– ¿Estás seguro? —preguntó Zanahary.
– Absolutamente seguro.
– Bueno. De momento, voy a dejarte; pero la semana que viene, volveré y
te demostraré que yo te he creado.
– De acuerdo. Estoy esperándote aquí —dijo Ratovona.
Así que Zanahary se despidió de él y subió al cielo, mientras que Ratovona
volvió a sus tareas. Utilizando una buena cantidad de barro y de agua,
empezó a dar formas variadas a la masa, cuando, de repente, se le ocurrió
una idea tan fantástica que le hizo hablar con voz alta:
– ¿Y si hiciera algo a mi imagen y semejanza? En vez de crear objetos, voy
a crear hombres.
Sin esperar más, Ratovona modeló la masa de barro dándole forma
humana. Trabajó todo el día y toda la noche, y así siguió trabajando durante
muchos días, hasta que Zanahary llegó otra vez a la tierra. Después de las
salutaciones usuales, Zanahary dijo:
– Escúchame, Ratovona, y contéstame. ¿Ves este cetro de oro? Es mi cetro.
Si consigues decirme cuál es la base y cuál la punta, te dejaré en paz y no te
molestaré más con la idea de que eres mi creación. ¿Qué te parece?
– Muy bien —contestó Ratovona.
– Aquí lo tienes —dijo Zanahary cogiendo el cetro por la mano en posición
horizontal—. No puedes tocarlo porque es sagrado, pero apunta hacia algo y
dime cuál es la base y cuál es la punta.
Ratovona cogió un palo y dijo:
– Ésta es la punta y ésta es la base.
Zanahary quedó sorprendido, porque Ratovona lo adivinó sin dificultad y
acertó. Así que le dijo sin más recelo:
– Acércate. Es verdad, yo no te he creado. Pero ¿qué son estas figuras de
barro esparcidas por todas partes?
– Son mis creaciones, porque quería tener compañía y las he creado a mi
imagen y semejanza.
– Voy a hacerte una propuesta: puedo darles vida para que sean iguales que
tú. Podrán hablar y actuar como tú. ¿Te parece?
– ¡Estupendo! Estoy completamente de acuerdo.
Entonces, Zanahary dio un soplo de vida a las figuras para darles aina y
fanahy. No tardaron en moverse, y se convirtieron en seres humanos
vivientes. Y Zanahary añadió:
– Pero cuando llegue el día de su muerte, nos quedaremos con lo que
habíamos creado. Tú te quedarás con el cuerpo que has creado, y yo
recogeré su aina y su fanahy.
– De acuerdo.
– Ahora tócales para que tengan tu sabiduría —dijo Zanahary.
Ratovona cogió un palo, y tocó a los hombres con él; entonces los hombres
adquirieron la sabiduría y el conocimiento. Dicen que, por eso, cuando los
hombres mueren, su aina y su fanahy van al cielo con Zanahary, y el cuerpo
de barro queda en la tierra porque ha sido creado a partir del barro.
Termina la bellísima malgache su tercera y última leyenda mientras yo acabo mi café con leche. Pago el importe de mi consumición y el de ella. Me mira fijamente a los ojos como diciéndome “gracias y ojalça quieras quedarte conmigo para siempre”. Pero yo me levanto tranquilamente y me alejo de ella diciéndole: “a Dios… simplemente a Dios”.