Hoy, 20 de abril de 2004, con el cielo gris, me encuentro en Nueva Cork junto a mi amigo José Valencia que es un diplomáticos de la Embajada del Ecuadro en Estados Unidos. Con él, amigo desde sus años en Madrid donde residió en mi propia casa, hemos desayunado en la cafetería del edificio de las Naciones Unidas, muy cerca del río Hudson. Entre comensales de un variopinto caleidoscopio de gentes de países y razas de toda condición, hemos pasado un rato agradable antes de visitar la Sala de Reunión de las Delegaciones de la ONU. Está solitaria la sala de la Asamblea General. Me fijo en la mesa presidencial y recuerdo que ahí fue donde en 1960 el líder soviético Niñita Kruschev se quitó uno de sus zapatos y comenzó a golpear la mesa en protesta contra los Estados Unidos. Me quedo un rato observando la desierta y solitaria sala hasta que luego salimos a recorrer los largos pasillos. Al final de la visita me topo con la bandera de Australia. A mí, cuando veo la bandera de Australia, no me vienen a la memoria primeramente los canguros sino un par de nombres: Tressider y Murray.
¿Quiénes fueron éstos?. Un par de ciclistas de pista australianos que el mismo año del zapatazo de Kruschev (1960) ganaron los Primeros Seis Días Ciclistas de Madrid, por delante de nuestros queridos españoles Poblet y Peñalver y los belgas Impanis y Soorgelos. Es curioso. Es una anécdota circunstancial que a nadie dice nada pero a mí me impresionaron tanto los ciclistas dando vuelta a la pista (yo entonces era un niño) que se quedó el nombre de esta pareja fijado para siempre en mi memoria. Pero el caso es que hoy es 20 de abril de 2004 y estoy en Nueva York… en un día gris que amenaza lluvia.
Estuvimos esta mañana en el Empire State del Condado de Manhattan y vimos la ciudad de Nueva York desde el mirador que está situado en su último piso visitable: el número 102, a 1.454 pies de altura. Desde este edificio estilo Art Deco construido en 1937, veo las calles en miniatura y a las personas como hormigas. Los taxis me parecen juguetitos de bebés… y después a Leslie se le ha escapado el globo de las manos y nos ha ayudado un guarda de raza negra, de más de 2 metros de altura, para poderlo alcanzar.
¿Qué es la ciudad de Nueva York?. Un enjambre asombroso. Paseando por la Quinta Avenida, camino de los museos Guggenheim y Metropolitan, se escucha el habla de hasta 96 lenguas distintas. Es Nueva York ciudad emblemática de la universalización de las gentes humanas. En una pizzería italiana hemos degustado un sabroso café costarricense y en algunas esquinas del corazón de Manhattan – ya en Greenwich Village- hemos visto varios grupos de artistas callejeros tocando guitarra o cantando un hip hop con mezcla de rap. Es Nueva York y aquí te miran muy mal si fumas por las calles. Así que escondo el tabaco y nos vamos al Central Park. Me dan ganas de trotar un poco por las avenidas del parque pero tenemos que aprovechar el día para, antes de almorzar, visitar los museos. Por cierto, me encantaron las esculturas egipcias, griegas y romanas que se encuentran el Museo Metropolitan (la pintura apenas pudimos verlas nadas más de que rápida pasada) y los cuadros de Kandinsky y Mondrian del Museo Guggenheim, este verdadero palacio de pintura moderna mandado construir por el iniciador de la Fundación, Solomon Guggenheim, a principios del siglo XX.
Hay aquí, en Nueva York, actividades para todos los gustos. Es la ciudad ombligo del mundo. Algunos van en bicicleta y otros sobre patines. Y hay quienes montan a caballo por el Central Park, en una de cuyas plazas de césped descansamos un momento antes de buscar el Condado del Bronx.
En el Bronx hemos visitado el Stadio de los Yankees, el Zoológico que es una especie de preservación de la vida salvaje de unas 600 especies distintas y el Jardín Botánico. Bronx fue barrio marginal y peligroso en los años 60 pero ahora, como ocurre con el de Harlem, es pacífico y lleno de turistas de todos los rincones del mundo.
Hemos comido en un restaurante del East Village, muy cerca del Madison Square Garden y la Librería Piergont Morgan y después, en un tenderete que se ha abierto en la Avenida de las Américas, he comprado un libro traducido del inglés al español que es una colección de obras de poetas norteamericanos vanguardistas de los años 20. Lo he ojeado antes de comprarlo y me gustó. Están aquí los mejores poemas de Joseph Steele, Marsden Harsley, Arthur Dove, Charles Demuth, William Williams, Man Ray, Alfred Kreymbourg, Mina Loy y Walter Arenber. Toda una generación de poetas que abrió un estilo puramente neoyorkino a las letras inglesas. Es cuando ha comenzado a caer una fina lluvia y hemos tomado camino del puente Lincoln sobre el río Hudson. Dentro del automóvil de José Valencia se expande una atmósfera de nostalgia como producto de la fina lluvia que vemos a través de los cristales.
Hemos encendido la radio. Un programa de música está dando la noticia de que en este día 20 de abril de 2004 acaba de fallecer la cantante Lizzy Mercier Desdoux, la francesa que fue calificada, por muchos, la reina neoyorkina del no-wave junto con Lydia Lucinda. Admirada por muchos y repudiada por otros, Lizzy acaba de morir a consecuencia de un cáncer pulmonar. Y la emisora de música está lanzando por las ondas un vivo recuerdo a esta cantante francesa/neoyorkina que hizo furor en la época del post-punk desde sus sectores más duros.
Escucho canciones de los álbumes “Press Color” y “Mambo Nassau”. Escucho la voz desgarrada y estridente de Lizzy en “Habitación compañera” y recuerdo momentos estudiantiles pasados junto a gentes universitarias que me hicieron ver las primeras luces de mi conciencia musical. Oigo a Lizzy con un corazón que late cada vez más fuerte en esta fría y nostálgica tarde en Nueva York. Escucho ahora “Vértebra dislocada” en la voz tremenda, abrasiva, fuertemente funk, chillona a veces pero siempre extrañamente suave por sus acentos franceses. Una voz que canturrea con urgencias, una voz que consigue hacerse notar, una voz que yo considero como merecedora de estar en la recopilación mundial del mejor rock que he escuchado. Y veo la foto de Lizzy en el periódico que ha comprado José. Es bella y con un punto romántico en su rostro de pelo cortado a lo “garcon” y me gusta verla mientras oigo su voz que parece llegar de ultratumba. Lizzy Mercier Desdoux es una especie de ingenua muy astuta, hace creer que parece inocente pero inflama la tarde neoyorkina con su tono hueco y profundo.
Después ya nada es igual. Nuestra visita al barrio de Harlem nos hace recorrer algunas iglesias donde se escucha música gospel. Y en este Harlem histórico –aquel que veíamos lleno de policías en las películas televisivas de los años 60- que tiene nombres en memoria de Martin Luther King, Malcolm X y Michael Jackson, escuchamos el jazz de fondo de la radio: Duke Ellington, Ella Fitzgerald, músicas sureñas afroamericanas antes de irnos hacia Brooklyn siempre con el fondo de la voz rasgada de Lizzy Mercier Desdoux que acaba de morir sólo hace unas horas.
Nueva York o por qué me gustaba Lizzy…
Hago una pequeña pero curiosa corrección: por un error de la máquina el nombre del dirigente soviético de 1960 sale como Niñita Kruschov. No. Era Nikita y no Niñita. Nikita Kruschov (otros historiadores los escriben como Nikita Jruschev).
Una de las cosas que más me gustaría hacer es ir a Nueva York. Desde muy niña me fascina. Me encanta perderme en sitios que no conozco, así que allí, ni te cuento. Poder sentir lo que tú muy bien describes cuando subes a uno de ésos edificios tan altísimos, hormiguitas. Las distancias se distorsionan o al menos en mi fantasía, y subir en un ascensor al ciento y pico piso, ufffffff, con mi pequeña claustrofobia no sé como lo llevaría. Pero tiene que ser alucinante. Todo a lo grande. Me encantaría, espero alguna ver poder verlo. Un beso. Alaia
No dejes de visitarla cuando se te presente una ocasión porque merece la pena, aunque sólo sea para poder comparar visiones desde lo alto o para poder sentir emociones a través del laberinto cuadrangular de las calles de Manhattan. Cuando puedas, cuando se te presente una ocasión, visítala. Te va a gustar. Un beso, Alaia.
Me gusta mucho Ella Fitzgerald…, me encantaría cruzar el charco, y me gusta esa forma de contar cómo los pequeños recuerdos quedan presentes en medio de las historias de nuestra vida…
un abrazo