El 10 de mayo del año 2004, Liliana y yo llegamos hasta la ciudad colombiana de Cali, para pasar diez días con Nadja, una íntima amiga de Liliana que es una mujer de cara preciosa y cuerpo escultural; hija de padre libanés y madre española (de Granada exactamente) Nadja es una caleña que tiene amistad con la famosa cantante barranquillera Shakira, ya que ésta también es hija de padre libanés. Y es que, como sucede en Ecuador, también a Colombia llegaron, a mediados del siglo XX, una gran cantidad de inmigrantes libaneses que pronto hicieron fortuna en las Américas. Nadja vive en la Avenida de Colombia, muy cerca del Hotel Inter Continental, y nos ha ofrecido su casa para que pasemos en ella estos diez días concertados a través de nuestra mutua amistad. Ella tiene un novio español llamado Pedro, que trabaja como ingeniero, y que una vez conocido resulta ser un hombre entrañable y persona excepcional. A mi me ayudó mucho en la tarea de conocer todo lo relacionado con el Cauca. Liliana ha venido para asistir a un simposio de medicina sobre el cáncer de colon y yo estoy aquí para realizar un dossier periodístico sobre el Valle del Cauca, que me lo ha pedido el director de la revista ecuatoriana Magazine Internacional para la cual estoy trabajando temporalmente.
La ciudad de Cali es la capital del departamento colombiano del Valle del Cauca y está situada a 470 kilómetros al suroeste de Bogotá, muy cerca de Palmira. Es un centro agrícola de caña de azúcar, café y coca. Cali es conocida como la “Sucursal del Cielo” y hay aquí una temperatura de 25 grados centígrados. Se escuchan en sus barrios los ritmos de la música salsa. No en vano a Cali algunos la denominan la capital mundial de la salsa. Es una ciudad cordial, cívica y alegre, cruzada por numerosos ríos y riachuelos de los cuales destaca el Cauca que, proveniente de Popayán (célebre ciudad histórico turística que fue fundada, al igual que Cali, por el conquistador español Sebastián de Belalcázar) forma el extenso valle que está ahora repleto de cultivos de café, caña de azúcar y la famosa coca de cuyo tráfico tantos sucesos trágicos está aportando a la ciudad. A veces aparecen cuerpos de seres humanos flotando en las aguas del río después de haber sido asesinados por culpa de cuestiones del narcotráfico.
Pero, en medio de una pobreza que abate a casi el 60 por ciento de la población (Cali era hace 50 años un pequeño pueblo con escaso número de habitantes y hoy es una gran ciudad con dos millones de ciudadanos en sus calles) se descubre a una ciudad de carácter “adolescente”, que tiene la frescura de lo eternamente primaveral y la fuerza vital de una juventud con ganas de futuro. Hay aquí todo un ambiente musical que va desde el vallenato al guajiro y a la cumbia costera de los cantos del Tajé amazónico, pasando por joropos, galerones, bambucos, cumbias, tangos, rancheras, boleros, curruleos y las infaltables salsas. Hay también una incipiente y cierta propuesta culturalista representada por grupos de música moderna tales como El Duende Luis, Red Juvenil, Teka y, sobre todo, Skarpata (que es una banda caleña de “unchi style”, una fusión de ska, reggae, funk, punk y rock, cuyo nombre se debe al sonido onomatopéyico de la guitarra del ska).
Estamos en tierras que fueron territorio del área cultural precolombina de Calima donde algunos crean una más de las leyendas sobre El Dorado por la numerosa cantidad de objetos de oro encontrados en yacimientos arqueológicos. El caso es que estas tierras estaban ocupadas por los timbas, los calotos, los lilis (de quienes vino el nombre de Cali), los pijaos, los quiliahos, los gorrones, los jamundíes, los quimbayas y otros numerosos grupos de familias amerindias… abarcando hasta los antucemas que habitaban ya en la cercana bahía de Buenaventura. Estos fueron las tribus que dijeron a Sebastián de Belalcázar que allí estaba el verdadero lugar del famoso El Dorado. Belalcázar hacia allí se dirigió después de haber fracasado en otros dos intentos sobre direcciones diferentes. Y eso fue (la obsesión por apoderarse del oro del Cauca) lo que hizo que estas familias amerindias desapareciesen de la historia.
Con ellos desaparecieron los bohíos y casas de madera en los que vivían aquellas gentes que tenían por costumbre pintarse le cuerpo con dibujos naturalistas utilizando tintes vegetales, achote y plumas. Los mismos que se vestían con entretejidos de fibras vegetales y de entre los cuales, a la llegada de los españoles, el más famoso cacique fue el llamado Pete de Cali.
Mientras Liliana y Nadja han decidido ir de comprar a las tiendas de la Avenida de las Américas y visitar el Centro Comercial Holguines Trade Center yo he preferido perderme por las calles caleñas en busca de señas de identidad. Así es como he conocido la célebre Casa del Alférez, una torre mudéjar del siglo XVIII y varios edificios del siglo XIX como la Catedral, el Palacio de Justicia, y el Convento de la Merced. Después, tras visitar el Museo Arqueológico y el Mueso del Oro me he adentrado por parques y jardines y, recordando mi bohemia madrileña de los atardeceres del Jardín de Atenas (junto al Palacio Real de Madrid) he desembocado en el caleño Parque de los Poetas donde, sacando mi cuaderno, he comenzado a escribir dando rienda suelta a mi improvisación literaria:
“memoria… memoria de ecos perdidos de sobremesa, cuando los poemas intemporales del libro de los signos me hacen meditar variaciones alrededor de nada. Un fárrago de coros del mediodía me hacen recuperar el tiempo recobrado después del silencio y ante la navegación nocturna escribo canciones para iniciar una fiesta. Azul de ti en los pasos contados y si mañana despierto las formas de tu huída me serán sólo soledades en las horas del descanso”…
Miro el reloj y son las siete. A las siete y media he quedado con Liliana y Nadja y a su encuentro me dirijo porque hemos acordado acudir al Centro del Teatro Experimental de Cali donde se estrena la obra teatral “A la diestra de Dios padre” que es de Enrique Buenaventura y está basada en el texto homónimo de Tomás Carrasquilla. Me levanto y me voy hacia la cita pasando también por el Parque de los Farallones. Bajo un cielo muy azul mezclado de trecho en trecho por nubes de aire poluto y una gran contaminación ambiental, a las gentes caleñas parece olvidárseles los problemas del desempleo y el narcotráfico porque se invitan a gozar del clima y hablar de fútbol y frivolidades mientras practican la cultura del rebusque: un negocito para hacerle trampas al hambre. Así es como sus calles y parques se han convertido en espacios comerciales para ofrecer desde perritos calientes hasta tornillos, café, pan, periódicos, rosas rojas y los “cachos” de bazuco. Cali es ahora un enorme rastrillo por donde se ven pasar mujeres verdaderamente hermosas.
Me falta añadir que la escena era contemplada por algún ave celeste desde el brilloso Nevado del Huila, que en lengua de los paéz significa “Mujer Sonrosada”.
Estoy segura de que el ave que observa tus aventuras por las tierras de Cali es del plumaje azul celeste… porque escribes como los ángeles… cuando piensas en el Parque de los Poetas (Azul de ti en los pasos contados dices). Yo he gozado, por un momento, del café y las rosas rojas de tu texto.